En su quinto largometraje, Gracia Querejeta retoma sus claves filmográficas: el peso de la infancia y de la figura paterna, con Siete mesas de billar francés , trama donde incluye dosis de humor y que descansa en Blanca Portillo y Maribel Verdú.

El origen de la historia fue un breve mensaje de móvil que Gracia envió a su coguionista, David Planell, y donde venía a decir, algo así como: Dos mujeres de caracteres opuestos deben unir sus fuerzas y entenderse para salir adelante.

La muerte del padre de Maribel Verdú, jugador de billar que regenta una sala hoy en la ruina, provoca el encuentro con su compañera sentimental, Blanca Portillo. Ambas guardan sus resentimientos. La amante no perdona que la niña se haya ido cuando llegaron las vacas flacas; mientras, la joven se fue porque no soportaba la presión del ego de su padre.

Antes de cerrar el local, la hija decide lanzarse a remozarlo y así dar comienzo a una nueva vida, para lo que necesitará la ayuda de la amante, una mujer herida en lo más hondo y con una coraza de ironía con la que tapa sus heridas.

La parte humorística corre a cargo de la banda de amigos del padre, los viejos jugadores, cada uno con sus manías, que conforman la película más optimista de la filmografía de Gracia Querejeta.