Entre rascacielos en lugar de molinos y en el siglo XXI, Don Quijote recorrió el sábado Nueva York, una ciudad tan perfecta como cualquier otra para demostrar la vigencia de la obra maestra de Cervantes 400 años después de su escritura. A través de música y lectura, y por los ensayos de escritores de cuatro continentes como Antonio Muñoz Molina, Paul Auster, Salman Rushdie y Assia Djebar, 500 personas reflexionaron en la Biblioteca Pública de Nueva York sobre ficción y realidad y la extraña línea que separa o une locura y cordura.

El acto, organizado por el PEN American Center, el Instituto Cervantes y la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, se convirtió en un oda a la libertad, un perfecto homenaje a lo que, como recordó Rushdie, "la gente aclama como la mejor novela jamás escrita".

Fue una grabación de Jacques Brel la que primero sumergió a los asistentes en el mundo de caballeros y aventuras vividas y escritas. A continuación, el actor Javier Cámara llevó el español a la biblioteca, donde resonaban las palabras del capítulo 8, el de la lucha contra los gigantes.

Luego llegaron los análisis de los autores sobre la escritura de una de las piezas claves de la literatura universal. Con radiante humor --tanto como para citar a Kevin Costner-- Rushdie, presidente del PEN, habló del Quijote como "la novela que unificó las literaturas del Este y el Oeste". La colombiana Laura Restrepo, mientras, se apoyó en una inquietante fábula japonesa sobre un pulpo abandonado que se come a sí mismo --haciéndose invisible y eternamente hambriento-- para hablar de la existencia hoy de un "proceso de culturalización de todo".

BASE DE LA NOVELA MODERNA Claudio Magris lo definió como "la base de la narrativa moderna" y Auster sumergió en un laberinto metaliterario. Mientras, la canadiense Margaret Atwood habló de un libro y un personaje "siempre en transformación. En su multiplicidad está el secreto de su inmortalidad", dijo.

Fue Muñoz Molina quien más propagó el espíritu libre de la obra. Citando a Saul Bellow, el director del Instituto Cervantes en Nueva York distinguió entre "seres y devenidores ". Los primeros son "aquellos que intentan seguir siempre como son, que están contentos con sus vidas, con sus nombres, con los lugares donde viven". Los segundos, "lo que aman no son las certezas del ser sino las aventuras del devenir. Siempre hay otra vida que llevar, un país diferente o una ciudad distante donde sospechas que una vida mejor puede ser posible, otro trabajo, amantes más bellos o apasionados".