«Jamás podré olvidar aquella noche, la primera noche en el campo, en la que asesinaron a mi Dios y mi alma, convirtiendo mi vida en una noche eterna...». Con estas palabras -que han servido de título para la obra de Andrea Pitzer- daba comienzo La noche, libro escrito en 1958 por el que fuera Premio Nobel de la Paz en 1986: el escritor y filósofo rumano de origen judío Ellie Weisel (1928-2016). Una narración en la que relataba su terrible experiencia como niño recluido en varios campos de exterminio de la Alemania nazi, hasta su liberación en abril de 1945. Esta obra, que se postula como libro de lectura recomendada a incluir en los planes de enseñanza para la asignatura de Historia, aporta un dato aterrador: la práctica totalidad de las naciones del mundo han erigido campos de concentración en algún momento de su existencia.

VALERIANO WEYLER EN CUBA / Comenzando por España, que entre 1896 y 1898, y por iniciativa del general Valeriano Weyler instauró en Cuba decenas de campos de reconcentración de la población, como medio de combatir a los guerrilleros mambises, que luchaban por la independencia de la isla. Miles de personas murieron a causa del hambre y el hacinamiento en aquellos campos. Pero tildados por los estadounidenses (y con razón absoluta) de inhumanos, no tardaron los Estados Unidos en levantar los suyos propios en las islas Filipinas. Fue a partir de 1901, bajo la dirección del general Smith, arguyendo que «una guerra civilizada no podía llevarse a cabo con ideas humanitarias».

Mientras tanto, el imperio Otomano llevaba años perpetrando una planificada operación de exterminio contra el pueblo armenio, a través de internamientos masivos de la población en campos de concentración levantados por los turcos en las actuales naciones de Siria e Irak, en donde más de un millón de personas encontraron la muerte, a causa del hambre y la enfermedad.

Y África, el continente que a lo largo de siglos padeció el negocio de la trata de esclavos (hasta 16 millones de personas africanas fueron esclavizadas y deportadas) tampoco fue ajeno al horror de los campos de concentración. Así, Inglaterra los abrió entre 1899 y 1902 en su guerra contra los bóeres (colonos de origen holandés) en Sudáfrica. Decenas de miles de personas, incluidas mujeres y niños, murieron en ellos. Y lo mismo ocurrió en los campos de concentración que Alemania puso en marcha en su entonces colonia de Sudáfrica Occidental contra las etnias Herero y Nama, a las que los alemanes pretendieron aniquilar.

Posteriormente, el comunismo implantado en la URSS por Lenin y Stalin estuvo basado en el terror de los campos de concentración. Fueron ellos los impulsores de los tristemente célebres gulags (acrónimo de Administración General de los Campos -Glavnoe Upravlenie Lagerei-), concebidos como campos de reeducación y habilitación de los disidentes a través del trabajo esclavo.

Las políticas de exterminio llevadas a cabo por Hitler durante la Alemania nazi comenzaron en 1933, primero contra los opositores comunistas, finalizando con el holocausto de casi seis millones de personas judías, más de medio millón de personas gitanas, y cientos de miles de personas por el simple hecho de ser homosexuales, o -como ocurrió con miles de españoles que murieron en los campos de concentración alemanes tras la Guerra Civil-, por sus ideas políticas. Un genocidio al que no le faltó la colaboración de la Francia ocupada por Alemania y el Gobierno de Vichy del mariscal Pétain.

En la segunda guerra mundial Japón creó campos para más de cien mil mujeres de China y de Corea, a las que convirtió en esclavas sexuales para sus soldados.

Ejemplos de que la historia siempre se repite.