A primera vista, Guillem López puede parecer un pelín intimidante. Lo fácil es imaginar que este autor de ciencia ficción, uno de los que emergen con más ímpetu en castellano a tenor de los premios obtenidos (Kelvin 505, Ignotus y Spirit of Dedication), está rindiendo homenaje a aquel hombre ilustrado de Ray Bradbury, personaje que escondía una historia detrás de cada dibujo en su piel. Pero como López no quiere explicarlas, habrá que limitarse a leer las dos novelas que tiene en el mercado, Challenger y La polilla en la casa del humo (ambas en la editorial Aristas Martínez), como preparación para la próxima, que aparecerá en Valdemar en primavera.

Escritor hecho a sí mismo, producto de un barrio obrero, le gusta mantenerse en la periferia. Nació en Alicante hace 41 años y ahora vive en un pueblecito al sur. Con Challenger, que sigue un puñado de historias, a un lado y otro de la realidad, de aquellos que fueron testigos de la explosión del transbordador espacial, se ha ganado el convencimiento de estar en la buena senda. Antes circuló por los caminos de la fantasía épica pura y dura, pero asegura sentirse más cómodo en un nicho que él denomina «ficción especulativa oscura» y que percibe en sintonía con la incerteza de los tiempos que corren. «Este tipo de ficción va a tener un hueco importante porque la gente necesita novelas que le proyecten a un futuro, ya sea distópico o utópico», asegura.

La oscuridad de su etiqueta puede verse en Challenger: «Es una novela sobre el fracaso, no solo desde el punto de vista histórico y social, ya que el desastre hizo que se cancelaran los programas espaciales durante años, también una suma de fracasos cotidianos». Y en La polilla en la casa del humo, donde dibuja un escenario que recuerda el Metrópolis de Fritz Lang. «La ciencia ficción hasta hace poco se sustentaba en el sentido de la maravilla, pero ahora los avances científicos ya no nos llevan a un estado de respeto y asombro, sino a la indeterminación y el horror». Y ahí está el escritor para levantar el acta. Su último reto es llevar esta mirada hacia su tierra, más allá de terreno abonado para la corrupción o de sustrato para la parodia de trazo grueso, y poder casar ciberpunk con la geografía valenciana.