Los periodistas, a veces, son testigos de cosas que otros no creerían. Por ejemplo, ver a una leyenda del cine llorar. Puede que Harrison Ford no tenga un Oscar, pero es mucho más que un actor. Es el intérprete mejor pagado de Hollywood. Es historia viva del cine. Es Han Solo, Indiana Jones. Es Blade runner.

Una periodista le formuló ayer una pregunta acerca de la importancia de Blade runner 2049 a la hora de concienciar a los espectadores sobre el (negro) futuro que espera a la humanidad y el héroe con el que todos hemos crecido se derrumbó. No podía contestar más allá de un «sí». No le salían las palabras.

Respiró profundamente, suspiró, se le escaparon unas lágrimas, y, finalmente, dejó la habitación. Pasados unos desconcertantes minutos regresó, pidió disculpas y dijo que se emocionó con la pregunta. El impactante momento quizá termine perdiéndose en el tiempo como lágrimas en la lluvia, icónica frase de Blade runner.

A los 75 años, Ford odia la fama. No en vano, vive entre su apartamento de Tribeca, en Nueva York, y su rancho de Wyowing. Al marido de la también actriz Calista Flockhart le persigue su fama de lacónico en los encuentros con los periodistas, a los que suele responder muy amable, pero breve.

El 6 de octubre se estrena en todo el mundo Blade runner 2049, continuación de la revolucionaria película de Ridley Scott de 1982, y sus protagonistas están de gira por Europa. Harrison Ford, Ryan Gosling y Ana de Armas aterrizaron en Madrid desde Berlín el lunes por la noche. Cenaron huevos estrellados con jamón de ibérico en el restaurante más castizo de Madrid: el Landó, donde Ford ya había estado en otra ocasión.

DE PROMOCIÓN / El martes por la mañana la agenda estaba completa de entrevistas. Por cierto, entrevistas sobre una película que ningún reportero ha visto. Después de que un periódico estadounidense lanzara un spoiler en una crónica, la distribuidora -por miedo a que se filtraran más claves de la trama- decidió mostrar exclusivamente unos minutos del filme.

Gosling y Ford han tenido tan buena sintonía en las entrevistas de Berlín que sus publicistas decidieron que ambos se enfrentarían juntos a la prensa española.

Ambos entraron en la habitación de un hotel de lujo de Madrid. El veterano, con traje de chaqueta sin corbata. Y el joven, con un vistoso jersey rojo. «Qué bien. Esta es la habitación que mejor huele», soltó, socarrón, el protagonista de La La Land, harto del ambiente «cargado» que había en otras salas.

Estrecharon la mano a los periodistas. La de Ford es enorme y fuerte, clara huella de su pasado carpintero. Tras contestar cómo se metió de cabeza en el proyecto («el guion me pareció fascinante») una periodista le preguntó sobre cómo puede influenciar en el público un filme inundado de metáforas y filosofía. ¿Puede servir para concienciar sobre la ecología, el racismo, la convivencia…? «Sí, la respuesta es sí».

Silencio. Ford parecía no poder hablar. Toqueteó su móvil. Suspiró. Se echó las manos a la cabeza y soltó varias lágrimas. Gosling le miraba atónito, como el resto de los que estaban en la sala. Ocho periodistas y la traductora, que le puso la mano en el hombro. Nadie hablaba. Ford se levantó y dejó la habitación.

Su compañero de reparto pidió disculpas y decidió acompañarle fuera. En unos minutos regresaron. Ford miró entonces a la periodista y le dijo que no estaba ofendido por la pregunta sino conmovido porque le hizo reflexionar sobre la importancia de su trabajo, que resume en una frase: emocionar al público. Justo lo que le ha pasado a él. O no.

Fin de las entrevistas. Llegó el turno de visitar el Guernica en el Reina Sofía por expresa petición de Gosling (Ford ya lo conoce). Y después, avión a París.