¿Por qué llevaba tanto tiempo --ocho años-- sin subirse a un escenario?

--Entre 19990 y 1996 hice mucho teatro. Luego las propuestas de cine son inevitables y a veces es inevitable acceder. El cine es otra propuesta que tiene elementos que no hay que desdeñar, como la trascendencia que te puede dar, la parte económica, que también es importante, y la tranquilidad de tener para uno los sábados y los domingos. A mi el teatro es una gimnasia que me revitaliza y me pone a punto.

¿Hay tanta diferencia entre hacer teatro y cine?

--En el teatro estoy mejorando mi trabajo noche a noche. Siento el respeto de que el señor que se fue la noche anterior no es el mismo que viene, y ese señor tiene que ver un estreno, y esa responsabilidad me tiene alerta. Si tengo que elegir, elijo el teatro porque me siento dueño de mi trabajo.

¿Es usted muy selectivo a la hora de elegir un proyecto?

-- Recibo ofertas normales, ningún proyecto que me eche para atrás. Además, tampoco me ofrecen tantas cosas como parece. Me gustaría ser como los tenores, que tienen la agenda para trabajar hasta el 2008.

Viendo ´Yo, Claudio´ da da la impresión de que le supone un gran desgaste físico.

-- Cuando ya comienzas a cogerle el ritmo a la propuesta escénica sabes dónde tienes los momentos para descansar. Es como los jugadores de fútbol, los que corren detrás del balón no siempre son efectivos, hay que correr en el momento que hay que correr y luego hay que descansar para recuperar fuerzas.

Encarna Paso afirma que los actores se sienten desnudos en el teatro romano de Mérida.

-- Es una experiencia que yo no había vivido nunca, porque tampoco había trabajado al aire libre. Cuando llegamos después de ensayar en Madrid y subimos a este escenario nos sentimos desprotegidos, desorientados, es como si sales al campo, sin el apoyo de nadie.

¿Va a echar de menos a un personaje como el de Claudio?

-- En teatro, al dejar un personaje algunas veces tuve la sensación de desprenderme de un familiar, de un ser querido. En este caso creo que va a ser una despedida muy dolorosa.

El texto de Graves podría haberse escrito hace una semana. ¿No es un poco triste que no hayamos avanzado nada después de tanto tiempo?

--Han pasado 2.000 años y la corrupción, como bien dice mi personaje, se camufla de mil formas y siempre está ahí tentando al poder. Todavía no hay una conciencia colectiva de generosidad, espontaneidad, respeto y prudencia, elementos que harían más llevadero el poco tiempo que nos toca vivir.

Esta obra también cumple un papel educativo.

--Sí, parece increible que toda esa historia, escrita en los años treinta, tenga un reflejo inmediato en hoy, en el 2004, y me siento importante porque a medida que se van sucediendo las funciones uno percibe lo que está ocurriendo. Me siento no actor, sino un ser humano que está alertando a alguien más allá de mi actuación. Estoy diciendo algo que el público a la salida sigue pensando, y ésa es el única arma que tenemos, somos actores, no tenemos metralleta ni nada, sólo la palabra, ésa es nuestra propuesta de revolución, la de alertar, y eso se hace en esta función.

Me da la impresión de que no le gusta demasiado todo ese circo de premios que hay montado n la industria.

--Es verdad. Los premios se han institucionalizado, y hay una gran cantidad de gente que vive de eso, que crea premios y hay que darlos. Una vez dije que no podía recoger un premio porque iba a viajar a Buenos Aires y me dijeron: "Te tienes que decidir porque si no se lo damos a otro". Entonces, uno piensa que los actores somos material descartable: Me dan un premio, y si no estoy se lo dan a otro.