Ridley, el más conocido de los hermanos Scott, se toma en serio a sí mismo y se vuelve trascendente con todo lo que rueda, sea una película de gladiadores o una sobre Las Cruzadas, un relato sobre mafiosos de raza negra o la enésima revisión de las andanzas de Robin Hood. Su hermano pequeño, Tony Scott, también tenía ínfulas en sus inicios --el relato de vampiros posmodernos El ansia , por ejemplo--, pero con el tiempo se ha convertido en un artesano más o menos eficaz que construye espectaculares divertimentos sin más pretensiones que las de cuadrar los números entre el dinero invertido y el recaudado.

Hace un año, Tony Scott presentó su remake de Pelham uno, dos, tres , un filme adrenalínico sobre un metro neoyorquino secuestrado. Hoy vuelve a la carga con una peripecia ferroviaria de título expeditivo y sintético, Imparable , en torno a un tren descontrolado que corre a una velocidad de vértigo y sin conductor. La idea es la misma que en la peripecia metropolitana. El frenesí visual, idéntico. Los ralentis y aceleraciones marca de la casa no pueden faltar.

Por repetir, repite Denzel Washington, convertido en la última década en el actor fetiche del director, aunque aquí cuenta con un compañero más joven, Chris Pine, de modo que la película se acoge también a la modalidad de las buddy movies. Hay persecuciones con todo tipo de vehículos, de trenes a coches policiales pasando por helicópteros y rancheras.

Imparable ha costado 100 millones de dólares, los mismos que Asalto al tren Pelham 123 , y si esta recaudó solo en su primer fin de semana una cuarta parte de lo invertido, no es decabellado pensar que Imparable correrá idéntica suerte.