"Nada podría ser más inhumano que un mundo habitado solo por seres humanos". La frase del guionista Francis Roux define la trayectoria y el espíritu naturalista de Jacques Perrin. Tras surcar los cielos para filmar las migraciones de aves en Nómadas del viento (nominada al Oscar como mejor documental), el francés decidió --de nuevo con Jacques Cluzaud, codirector-- bucear en las profundidades marinas para descubrir cómo viven sus pobladores. La aventura les llevó siete años (4,5 de rodaje) y más de 50 millones de euros de presupuesto, que convierten Océanos , estrenado este fin de semana en España, en el documental más caro de la historia.

"Nuestra intención era mostrar el mar con sus criaturas de una forma nunca vista, con el sentimiento de libertad aunque también con las atrocidades del hombre", explica vía telefónica Perrin. No es un filme de denuncia, aclara, aunque muestre "acciones terribles" del ser humano, sino una película "sobre la belleza de la vida en unos territorios que apenas conocemos".

Allá abajo conviven infinidad de especies, muchas aún por descubrir (se han censado 210.000) y otras nunca filmadas como en esta superproducción. El principal reto era "seguir por primera vez los vertiginosos desplazamientos de los animales". Para ello usaron torpedos, soportes hidrodinámicos y tecnologías que nunca se habían trasladado al mar.

El equipo se sumergió a 70 metros de profundidad. "Nunca antes se habían captado los recorridos y movimientos de atunes o delfines y el interior de la vida salvaje --explica--. Los operadores de cámara se metieron en los bancos de depredadores y les siguieron a su misma velocidad".

La prioridad por grabar las migraciones hizo inviable producirla en 3D. No nos interesaba tanto la calidad técnica como la emoción de sentir el movimiento de las especies".

La película recorre los santuarios marinos desde los témpanos polares hasta Galápagos y Polinesia, donde viven y mueren seres microscópicos y gigantes. Ballenas, morsas, iguanas, tiburones... La belleza de la danza de los delfines, de las medusas, de la bailarina española (una especie de babosa) y de los bancos de peces se combina con imágenes del comportamiento animal.

Hasta que irrumpen las agresiones humanas, una de impactante crueldad: la mutilación de un tiburón al que seccionan las aletas. "Queríamos que el público se estremeciera porque en los últimos 20 años ha habido una masacre de tiburones para hacer sopa. El 90% de los grandes depredadores están en peligro de extinción".

No ayudó el Tiburón de Steven Spielberg (1976) y similares, que convirtieron al escualo en el enemigo público número uno de los mares. En Océanos , por el contrario, el hombre, con sus branquias de metal, acompaña al gran tiburón blanco. "Esperamos sensibilizar sobre el valor del mundo marino --dice Perrin--. Somos optimistas porque en las zonas protegidas la vida vuelve a surgir. Aunque se siguen cometiendo aberraciones, la gente está más concienciada".