Un paseo matutino por Sunset Boulevard y el Kodak Theatre explica porqué Los Angeles ama los Oscar y porqué el mundo, por un día, se permite entregarse a una borrachera de glamur y cine.

El sol aún no ha salido y quedan muchas horas para que la Academia de Hollywood reconozca, por 81 vez en su historia, a los mejores. Pero la ciudad está ya en ebullición. Cientos de personas trabajan contrarreloj en el epicentro de los Oscar y poniendo a punto hoteles, casas privadas y establecimientos donde se organizan fiestas, olvidando siquiera por unos días la amenaza creciente del desempleo. Los nubarrones de la crisis --como la posibilidad real de lluvia-- ensombrecen pero no apagan la celebración. Y la Academia trata de inyectar adrenalina en su fiesta.

Este año, intentar adelantar lo que se verá y vivirá mañana es más complicado que de costumbre. Los organizadores envuelven en secreto casi todo lo relacionado con la gala para intentar recuperar la audiencia que poco a poco se evapora de la televisión (aunque crece en internet). Y solo dan pistas, con cuentagotas.

CEREMONIA RENOVADA Hugh Jackman --el primer presentador no especializado en comedia desde la aparición de Jack Lemmon en 1985-- será el maestro de una ceremonia de no más de tres horas que optará por el espectáculo más que por el humor. Baz Lurhmann ha preparado un número musical para él. Se anuncia que la gala tendrá una línea narrativa en la que se irán integrando los premios en las 24 categorías. Judd Apatow, el director que conquistó salas con Virgen a los 40 y Lío embarazoso, ha rodado un corto sorpresa. La orquesta tocará. Y los elegidos se sentarán en butacas que abrazan el escenario circular.

Poco más se deja saber. Para tratar de alimentar la expectación, la lista de presentadores se guarda bajo llave. Se anticipan ausencias de estrellas en la alfombra roja para que sus apariciones en la gala sean más ansiadas. Se alimentan rumores como la presencia de Robert Pattinson, el actor de Crepúsculo que funde en suspiros a millones de adolescentes. Y se promete homenajear a películas taquilleras que no optan a estatuilla en casi ninguna categoría principal.

Es la ecuación que intenta resolver en su proceso de reinvención la Academia: dar presencia y promoción a un tipo de cine y estrellas que cada vez relega más en sus premios. Basta mirar a los directores nominados, que --salvo por la presencia de Ron Howard-- son habituales de listas de cine de autor: Gus Van Sant, Danny Boyle, David Fincher y Stephen Daldry (para colmo, el filme de Howard, El desafío. Frost contra Nixon , ha recaudados en EEUU 13 millones de dólares).

LOS CANDIDATOS El fenómeno es similar cuando se observan los actores y actrices candidatos: Brad Pitt, Angelina Jolie y Penélope Cruz suelen ocupar más espacio en papel couché que en publicaciones especializadas en cine. Pero ahí están, por mérito propio, al lado de respetados intérpretes como Sean Penn, Meryl Streep, Philip Seymour Hoffman y Frank Langella y junto a desconocidos para las masas como Melissa Leo, Viola Davis, Michael Shannon y Richard Jenkins.

Los anunciantes merman. ABC, que tiene los derechos de la gala, ha perdido algunos de peso como L´Oreal y General Motors. Y ayer, a 48 horas del acontecimiento, todavía no había vendido todos los espots.