La semana pasada no hubo columna porque el 1 de octubre, mientras todo el país estaba pendiente de Cataluña, murió mi mejor amigo. Obviamente, no vi las noticias, no escuché ninguna emisora, no abrí el móvil para leer ningún periódico (los periódicos, ahora, se leen en dispositivos móviles). Lo que hice, una semana después, fue ir al cine a ver Blade Runner 2049, la de Denis Villeneuve, con sus dos hijos menores. Quince y trece años. Hablamos de la supervivencia, del dolor, de planos, de la esclavitud aunque te paguen y de que todo organismo vivo lucha por permanecer. Aunque sea un replicante.

El cine hace estas cosas. No como escapismo, sino como la posibilidad de realizar un homenaje íntimo a alguien que ya no estaba y que esperaba el estreno de esa película. Estar allí fue mi manera de estar con él, igual que ocurrió el día antes de que falleciera mi padre, que después de dos noches de hospital, pedí un relevo para irme al concierto de la Orquesta de Extremadura, a escuchar la Novena de Beethoven, porque ese era el lugar en el que él debió estar. Siempre le decía lo que le gustaría hablar de música con el director de la OEX, con Álvaro Albiach, pero nunca se conocieron.

Nuestra vida es una carrera contra el tiempo. Leemos contra el tiempo, vemos cine contra el tiempo, lo detenemos cuando alguien muere y, un año más tarde, descubrimos lo rápido que ha ido todo porque, de repente, la vida que tanto les gustaba ha seguido su curso y nosotros queramos ir por ellos a conciertos, a obras de teatro, a ciertos bares, a ciertas plazas, a mirar las calles de algunas ciudades del sur.

Durante la crisis del 29, a muchos se les acabó la vida antes de tiempo por elección propia. Lo leemos en los libros de historia: se tiraron por las ventanas a causa de la caída de la bolsa, el jueves y el martes negros. Cayó todo: cayeron los cuerpos, los precios de las cosechas, las demandas de productos industriales... Dorothea Lange fotografió a los agricultores de California que se vieron obligados a emigrar: sobre todo a una: a Florence Michel Owens Thompson, 32 años, siete hijos.

Ese año, el de 1929 (no el de la foto de Lange, que se hizo entrados los años 30), el señor William Walton estaba escribiendo un concierto para Lionel Tertis por encargo o sugerencia del director Sir Thomas Beecham. A Tertis no le gustó, pero la partitura llegó a manos de Paul Hindemith, que la estrenó en Londres. En 1929, también. Luego Tertis (el violista más famoso de la época) la tocaría en varias ocasiones. Luego escribió que le producía vergüenza y arrepentimiento haber rechazado estrenarlo, pero que lo cierto es que no estaba preparado para apreciar la revolución que suponía el Concierto para Viola de Walton: «Las innovaciones en su lenguaje musical, que ahora parecen tan lógicas, tan verdaderas, a mí me parecieron extravagantes».

La Sinfonía número 4 de Tchaikovski se compuso mucho antes, entre 1877 y 1878 y es conmovedora y pasional (qué mal lo pasó este señor durante toda su vida: y es solo una apreciación: no creo que el dolor construya mejores obras: creo que con felicidad uno puede ser mucho más creativo: el dolor, al fin y al cabo, paraliza). La música, dice el señor Walter Bishop en Fringe (una serie maravillosa que les recomiendo), activa diferentes partes del cerebro y permite pensar con más claridad. El teatro, si es bueno, permite pensar en otras cosas. En aspectos de tu vida, del mundo, de lo que podríamos llamar raza humana (que es muy igual, somos muy iguales los unos a los otros, pero, ahí arriba, los gobernantes se empeñan en destacar nuestras diferencias —en política, no lo olviden, siempre se necesita un enemigo—). Cervantes lo sabía. Morfeo lo sabe y por eso adapta clásicos. En El retablo de las maravillas no solo está esta obra, de la que encontramos ecos en toda la tradición (desde los cuentos de El Conde Lucanor hasta El traje nuevo del emperador, de Andersen), sino también otros fragmentos: La elección de los alcaldes de Daganzo, El juez de los divorcios, El coloquio de los perros, Pedro de Urdemalas y Don Quijote de la Mancha), para denunciar, como él decía, que entre la virtud y el dinero, lo segundo es lo primero.

Eso no ha cambiado. Por hablar de uno de los grandes males del mundo, el hambre no se acaba por falta de voluntad política. Para establecer pautas energéticas sostenibles, se tendrían que poner de acuerdo todos los gobiernos del mundo. Ayer Estados Unidos salió de la Unesco. Vivimos una crisis mundial larga ya casi como la del 29, con toda su incertidumbre. Y ante esto, muchos intentan explicarnos para que, conociéndonos, podamos actuar, quizá, y hacer del mundo un espacio vivible: por los que no están ya, por lo que les hubiera gustado ver, por los que vendrán.

‘El retablo de las maravillas’, de Morfeo Teatro. Sábado, 14 de octubre. 20.30 horas. Gran Teatro (Cáceres)

Concierto de la OEX dirigido por Andrés Salado y con el violista Joaquín Riquelme. Jueves, 19 de octubre. 20.30 horas. Palacio de Congresos Manuel Rojas (Badajoz).