Erase una vez un país donde la ensaladilla rusa se llamaba ensaladilla imperial; las montañas rusas, montañas suizas; los diputados eran procuradores; en el Primero de Mayo se celebraba la festividad de san José Artesano, y algunos diarios añadían el epíteto "español" en la cabecera para que nadie dudara de su "adhesión inquebrantable" al régimen imperante. Nada de lo anterior es un cuento ni un chiste. Así era España bajo el franquismo. Algo que los menores de 35 años no sufrieron y que la mayoría de los mayores de esta edad no añoran en absoluto.

Sobre el franquismo y la guerra civil se han publicado innumerables libros. Algunos de ellos han descrito la sociedad de aquella larga noche de piedra. Pero pocos glosan la vertiente humorística de esos 40 años grises y feroces. Una de estas obras es Cuando nos reíamos de miedo (Destino).

El historiador Gabriel Cardona ha recuperado las ocurrencias, programas satíricos y películas cómicas de esta época tanto para reflejar el escaso sentido de humor de la dictadura como las ganas de reír de un pueblo que estaba padeciendo la miseria económica de la posguerra y la indigencia moral de quienes lo gobernaban.

"El Caudillo es uno de esos regalos que la Providencia hace cada tres o cuatro siglos a un pueblo para premiarle por los sacrificios que ha hecho por Dios". Quien pronunció esta exageración no quería hacer reír. Lo dijo con la solemnidad de un presidente del Gobierno: Luis Carrero Blanco, almirante del Opus Dei y valido de Franco, que ascendió a los cielos por un bombazo de ETA.

Cuenta Cardona que Cuando nos reíamos de miedo nace de la necesidad de expresar la "estupidez y brutalidad" de los tiempos del franquismo "y de las ganas que tenía la gente de evadirse en unos tiempos de calamidades y zozobras", pero también de ilusiones. Y, en algunos casos, añade, "de hacer política a través del humor". En los chistes hay ironía y ganas de pasárselo bien en un régimen sin pizca de gracia. Aunque algunos gags encerraban mensajes subversivos. "Eran chistes clandestinos que, tras las risas, se avisaba: ´No lo cuentes fuera de casa´".

Franco quiso convertir España en mitad cuartel y mitad sacristía. Y el laicismo que tanto preocupa ahora a Benedicto XVI no puede entenderse sin recordar la complicidad de la jerarquía eclesial española con la dictadura. Tanto en la justificación internacional del golpe de Estado de 1936 como en el posterior control integrista de "la moral y las costumbres hispanas". Un fundamentalismo que llevaría al jesuita Angel Ayala a tronar: "El cine es la calamidad más grande que ha caído sobre el mundo desde Adán. Más grande que el diluvio, que la guerra europea, que la guerra mundial, que la bomba atómica".

Cardona, que padeció el franquismo por partida doble, como ciudadano y como oficial del Ejército, ha sembrado el libro de anuncios publicitarios, chascarrillos, canciones y diálogos cazados en tertulias, guateques, diarios, revistas y seriales radiofónicos. Ha añadido un DVD de 44 minutos con divertidos fragmentos de películas, noticiarios y programas de TVE y el Nodo. Del casposo El Zorro al surrealismo de Tip y Coll. Del lacrimógeno Sautier Casaseca a Bobby Deglané. Y del guante de Gilda a la censura previa, contra la que la revista La Codorniz , con su proverbial procacidad, embistió: "Regla de tres: bombín es a bombón como cojín es a X. Nota de la redacción: si nos cierran la edición, nos importa tres X".