Cineasta artesanal y habitualmente intenso (Malas temporadas, Caníbal), Manuel Martín Cuenca (Almería, 1964) ha decidido inundar de humor y de ironía su último trabajo. El autor es una sátira sobre la importancia que se dan los creadores, gente que se suele tomar a sí misma demasiado en serio, seres convencidos de la trascendencia de su trabajo.

-¿Qué tal le ha sentado zambullirse en el humor?

-La gente que me conoce sabe que tengo sentido del humor. Aunque, claro, entiendo que el espectador de Caníbal no se lo crea. A veces sí que lo he usado, aunque mezclándolo con la tragedia. Tenía claro que El autor debía estar llena de ironía y humor porque el tema que trata es muy serio para nosotros, la creación. Hablamos de un escritor, pero podía ser un pintor o un cineasta. El arte es grandioso, hermoso y también ridículo. Una locura, una demencia. El protagonista de mi película no es un héroe, sino un pobre hombre, un tipo ridículo que comparte las mismas pulsiones de creación y la misma vocación que alguien que sí tiene talento. Para evitar caer en la pedantería, tenía que escribir el guion con ironía. Aunque tenía mis dudas.

-¿Por qué?

-Dudaba de que la gente se fuera a reír. Con las primeras proyecciones, en Toronto, me quedé tranquilo. Sentí energía. Si no, qué cagada. Si el público se toma en serio a un tipo que pone, literalmente, los huevos encima de la mesa, me fusilan.

SEnDEl autor es un retrato mordaz de la mezquindad.

-Tendemos a pensar que los artistas poseen una personalidad heroica, pero igual son imbéciles. Igual somos más imbéciles de lo que pensamos. Y hablo también por mí. El motor de la película son las reflexiones que me hice después de Caníbal. Estoy orgulloso de ella, pero ¿todo esto para qué? El protagonista de El autor es un manipulador, pero también un ingenuo que lucha por lo que cree. La ironía es la que te coloca. Señores, esto no hay que tomarlo en serio, hay que reírse de uno mismo. He hecho esta película para reírme de mí mismo.

-Pero los directores de cine tienen que ser tipos listos, ¿no?

-No se crea, no. Un cirujano abre un cuerpo, se equivoca un milímetro y el paciente se muere. El arte es otra cosa. La verdadera escuela es el fracaso, equivocarse. Nos deberíamos equivocar más. Hacer una película estupenda es un milagro.

-Para ser cineasta lo que sí has de ser es humilde.

-Eso lo decía Vincente Minnelli en una de las películas más hermosas sobre el cine, Cautivos del mal. Los artistas deberían tener el ego en una esquina, dándole latigazos para que no se les coma.

-Además de reflexionar sobre el proceso de creación, El autor habla de cómo es España.

-El tema principal de la película es la creación, lo otro surge de manera inconsciente si te dejas empapar por la realidad. No me gusta hacer películas sociales de manera directa, sino que prefiero que la sociedad se meta en el guion. El personaje mayor que, por ejemplo, dice que la democracia es una enfermedad. Eso es una frase que se oye en la calle. Somos un país que se ha derechizado.

-Para La mitad de Óscar hipotecó su casa. Con Caníbal buscó dinero fuera de España. ¿Qué tal ha sido el parto económico de El autor?

-Más fácil. Pero, mire, ahora tengo otro nuevo proyecto en marcha y no consigo financiación. En este caso, conseguí una televisión. El sistema de ayudas está muy mal hecho en este país. Se ha entregado el cine a las televisiones. Cuando consigues una cadena, todo es bastante más fácil. Si no, es un infierno.

-Ese nuevo proyecto del que habla, ¿qué es?

-Lo siento, pero no puedo decir nada. Soy andaluz y además bastante supersticioso.