En 1947, Laura Z. Hobson escribió una novela, Gentleman’s Agreement, sobre un periodista que se hacía pasar por judío para analizar el antisemitismo en los Estados Unidos. Elia Kazan le dio a Philip Schuyler Green, para siempre, la cara de Gregory Peck, ese señor que también fue Atticus Finch. Ambos, Green y Finch nos enseñaron la importancia de no permanecer callados.

Nos callamos con demasiada frecuencia: en debates sobre feminismo en los que alguien no va a soportar que tú digas la última palabra; en debates sobre homofobia que se transforman en un «a vosotros lo que os pasa es…»; en charlas con semidesconocidos en las que se sueltan burradas como «los españoles primero»; en temas tan políticos y que afectan tanto a la destrucción del planeta y a las hambrunas como la industria alimentaria. Y tú te callas. Por no discutir. Por no molestar. Porque te han invitado a una cena y no vas a liarla. Porque estás en el muro de Facebook de un amigo cuyo amigo es racista o machista o un ignorante pero, por supuesto, te quiere dar lecciones.

Estar bien educado es una gran desgracia, créanme.

Supongo que, por eso, a muchos nos gustan tanto las historias de resistencia. Los rebeldes de La Guerra de las Galaxias; la aldea gala que se subleva contra su invasor con Astérix y Obélix al frente; los que, en la Europa ocupada por los nazis, escondieron a judíos en su casa o en sus colegios a pesar de la pena de muerte que les esperaba si les ocurría: como Sofia Kritikou, una limpiadora ateniense que no tenía una dracma o como Ángel Sanz Briz, Justo entre las Naciones, que daba pasaporte español a todo el que lo pidiera. «El que escucha, ensancha el espíritu y vuela», dicen los actores de El cerco de Numancia, que habla de la importancia de alzar la voz y de decir que no. Los celtíberos han pasado a la historia como los malos, porque la historia la escribieron los vencedores, lo mismo que parece que los musulmanes estuvieron en España dos días hasta que los cristianos aguerridos la «reconquistaron»: ocho siglos de historia borrados de un plumazo con una palabra. Pero allí, en Garray, provincia de Soria, encima de un cerro, los numantinos no quisieron ser romanizados y prefirieron morir. A veces hay honor en muchas muertes.

También hay resistencias individuales, luchas individuales. En todas las culturas hay leyes contra el sexo. Algunas, necesarias. Otras, horribles. Recuerden a las mujeres lapidadas porque otro las violó, a las que obligaron a casarse con quienes no querían y tienen un amante porque solo hay una vida. En Medida por medida, a Claudio lo condenan porque se ha acostado con su novia y la ha dejado embarazada: sin casarse, vive Dios. La escribió Shakespeare y la ha adaptado ese matrimonio fecundo que forman Isidro Timón y Emilio del Valle.

Ni Timón ni Del Valle han pasado por la vicaría, pero es igual. Conocemos parejas menos compenetradas. Quienes sí se casarán, realmente, con ceremonias oficiadas por representantes municipales (Elena Nevado, la alcaldesa de Cáceres, y la concejala Marisa Caldera, vestidas con trajes de estética new punk) serán dos de las parejas que acudan a El sueño de una noche de verano: además, la novia de una de las representaciones no sabe que se va a casar… si es que dice sí, porque en el teatro todo es posible.

Hasta meter a don Quijote, para desfacer entuertos, dentro de una patera, con Sancho Panza y hacer de esta idea una obra para niños. A Cervantes no le representaban mucho. Sus ideas sobre el teatro las vertió en la única comedia de santos que escribió, El rufián dichoso, la historia de un jaque (un malhechor) que se redime cuando le ocurre un suceso que le hace replantearse su vida entera. El libre albedrío sirve también para esto: para tomar conciencia de lo que se ha hecho, para cambiar. La lástima es que, a menudo, en la vida real, los personajes más terribles de la historia (piensen: no están muy lejos, a unos 40 años alguno de ellos, que es un suspiro) no se hayan arrepentido jamás.

Como el muy petulante y ridículo don Diego. El lindo don Diego es Dios. Hay muchas personas que son Dios. No se les puede cuestionar nada, porque se enrocan. Su soberbia habla por ellos: son los mejores en lo que hacen, los más guapos, los más listos y todo el mundo ha de caer rendido a sus pies: no entienden que así no sea y tampoco que haya quienes huyamos despavoridos. Son gente difícilmente aguantable, que habla sentando cátedra y que, seamos claros, tampoco son tan brillantes, ni tan listos, ni tan guapos.

Ay, el teatro clásico: qué bien nos ha retratado siempre.

‘El sueño de una noche de verano’ Viernes, 23 y sábado, 24. 22.00 horas Museo Pedrilla (Cáceres).

‘El lindo don Diego’. Viernes, 23. 22.30 horas. Plaza de las Veletas (Cáceres).

‘El rufián dichoso’. Sábado, 24. 22.30. Plaza de las Veletas.

‘Medida por medida’. Domingo, 25. 22.30 horas. Plaza de las Veletas.

‘El cerco de Numancia’. Jueves, 29 de junio. 22.30 horas. Plaza de San Jorge (Cáceres)