Que un filme norteamericano fabricado en Hollywood se muestre pleno de imaginación y creatividad, tanto visual como, a ratos, narrativa y que se dirija al público infantil sin renunciar a estar narrado con inteligencia, todo ello sumado, es un hecho a celebrar. Desde este punto de vista, la saga de Harry Potter es un excelente ejemplo de cine infantil. Esta tercera parte no es una excepción y es de esperar que, en este sentido, marque un camino a seguir para el moribundo (desde el punto de vista artístico) cine de Hollywood.

La película es también un ejemplo de cómo integrar excelentes efectos especiales en una trama argumental coherente, sin necesidad de colocar ésta al servicio de aquellos, como suele ser habitual en la industria de EE UU (véase, sin ir más lejos, la reciente El día de mañana ). En Harry Potter y el prisionero de Azkabán , la creatividad de los informáticos se pone al servicio de la potente imaginación del buen director mexicano Alfonso Cuarón. La puesta en escena de la película se caracteriza por colocar la imagen por encima de la palabra y del juego de los trucos visuales.

ESCENOGRAFIA El dinamismo del filme proviene directamente de la excelente escenografía y el riguroso trabajo en el diseño de la producción pero también de decisiones estrictas de dirección como son el ritmo creado por las repeticiones narrativas (el árbol que marca las estaciones) o en el montaje interno de los planos (la foto animada de Sirius Black-Gary Oldman). La brillante música de John Williams, melódica y muy bien integrada, ayuda mucho en el empeño. Es cierto que quizá la temática del filme provoca que algunos adultos nos desinteresemos por la historia en algunas fases de la narración, pero estamos ante un buen filme infantil cuyo mayor defecto es una estructura demasiado fragmentaria (algunas escenas están más pensadas como unidades dramáticas en sí mismas que como fragmentos de un todo global).