La identidad de Polán , último estreno teatral de Miguel Murillo, por la compañía La Quimera de Plástico, es una propuesta singular, armada con múltiples signos dramáticos --integrados entre lo poético y lo farsesco-- de idéntico valor estético, que profundiza con alta dosis de ingenio y de enjundia en la problemática de ciertos individuos incapaces de reconocerse en el mundo donde viven.

El texto de Murillo, de un marcado carácter creacional en el que se han exaltado al máximo -con acotaciones sugerentes- sus posibilidades de montaje y que alcanza una poética del más puro estilo brechtiano (para distanciar las cosas y darles su relieve), pone su acento en hacernos ver mediante situaciones precisas las frustraciones y la soledad del personaje Anselmo Polán, un hombre mediocre -acusado de haber envenenado unos botes de leche condensada en un supermercado- que esta forzado a vivir una identidad que no tiene y a enfrentarse (¿patológicamente?) con el dilema de ser o no ser ante las opciones que le propone la sociedad.

La narrativa de la obra, expresada con excelente lirismo, ata múltiples pequeñas acciones que aclaran, por diferentes lados, el oscuro secreto de Polán: la falta de afecto en su juventud enclaustrado en un seminario y el incidente con su compañero Nuñez (objeto de su deseo) que presuntamente le sodomizó una noche mientras degustaban leche condensada. A partir del anecdótico hecho, Murillo plantea hábilmente un extraño rito -presidido por un tribunal de mascarones®, acaso sin identidad- que va creciendo paulatinamente su intensidad dramática en el desarrollo de su idea motriz: de desnudamiento del imaginario de Polán y de descubrimiento de los comportamientos y las conciencias de los personajes antagonistas que se mueven grotescamente en la órbita de este. No obstante, el dramaturgo extremeño parece que en su anhelo de describir lo infrecuente y patético, deja algunas lagunas en el argumento de la obra, en su verismo, pero la impresión que nos queda es haber testificado un texto de interés auténtico.

El espectáculo está dirigido por el veterano Juan Margallo, que acredita una vez más su competencia artística. Recrea con ejemplar soltura, desenfado y comicidad el texto abierto de Murillo, admirablemente predispuesto para diferentes lecturas y propuestas escénicas. Logra potenciar en un espacio austero --aún con decorados poco alusivos, de Damián Galán-- la multiplicidad de reveladores detalles de dramaturgia y montaje cargados de ironía, genialidad y omnisciencia (como la escena de la muerte del abuelo republicano de Polán en el baúl o la del final de la obra donde el protagonista argumentando en el juicio que somos nada niega ser Polán para los demás y si mismo). También consigue valiosamente el equilibrio de manejar la teatralidad en diferentes planos espaciales (donde se mueve el jurado), el difícil ajuste de las canciones a capella (para que la letra haga impacto) y, en todas las escenas, el ritmo y la intensidad gradual del clímax.

En la interpretación, el director tiene un don especial para sacar el jugo escénico a un elenco disciplinado compuesto por 6 actores: Juan Manuel Pérez (Polán), que destaca manteniendo el nivel de discernimiento lúcido y crítico, sobre todo en el efecto de distanciamiento que permite traducir matices llenos de contrastes del juego del protagonista.

Selma Sorhegui (Pili, Laura), Paca Velardíez (Madre, Esposa), Cándido Gómez (Cura, Abuelo), Pilar Conde (Abuela, Suegra) y Pedro Martín (Padre, Abogado), ajustados a las exigencias de las caracterizaciones de sus respectivos personajes logran desdoblarse con pleno dominio artístico del gesto, de la voz y de la intención.