Cuando en junio del 2011 Sarah Glidden (Boston, 1980) se presentó en España como una Una judía americana perdida en Israel (Norma), como tituló su viaje iniciático en viñetas realizado cuatro años antes, la guerra de Siria apenas hacía dos meses que había iniciado su trágica andadura con las primeras manifestaciones en contra de Bashar el Asad. Y tan solo habían pasado seis meses desde que la dibujante, en diciembre del año 2010, concluyó un periplo por Turquía, Irak y Siria que trasladó, cual crónica periodística, a las 300 páginas de su nuevo cómic, Oscuridades programadas (Salamandra Graphic).

Glidden habla en un muy correcto castellano, perfeccionado en el 2004 en una estancia en Barcelona, a la que llegó huyendo del George Bush que los llevó a la invasión de Irak. Las consecuencias de esa guerra fueron las que la impulsaron a acompañar en el 2010 a dos amigos periodistas del independiente Seattle Globalist para hacer reportajes sobre refugiados, tanto los iranís que llegaban a Turquía como los iraquís que hallaban seguridad en una Siria prebélica (más de un millón), huyendo de «la ley de la selva» de su país. Al viaje sumaron a Dan, un exmarine de la guerra de Irak.

En Siria, recuerda, no percibieron indicadores del conflicto que se larvaba. «Estuvimos en Damasco, una ciudad cosmopolita y cercana a Asad, llena de carteles con su cara. La gente, y menos los iraquís refugiados, no hablaban de política con nosotros. Éramos recién llegados, periodistas, blancos y estadounidenses. No querían problemas».

Ponerles caras

Un experto del Acnur les recordó el prejuicio más extendido sobre los refugiados. «Olvidamos que son personas -resalta la autora-. Es necesario entender que son gente como nosotros, que los que les pasa a ellos puede pasarnos a nosotros. El periodismo debe ponerles cara y mostrar que tienen vidas y familias como las nuestras. No son números». Todos, añade, tienen en común que «son personas sin esperanza ni futuro. Gente que quiere volver a su país y vivir en sus casas de forma segura. Pero en Europa y EEUU no los entendemos. Creemos que buscan una excusa para venir a nuestros países porque son los mejores del mundo. Pero la guerra les impidió seguir con sus vidas».

Constata que con Donald Trump la situación del refugiado ha empeorado en EEUU. «Ahora mucha gente cree que puede ser violenta con los inmigrantes. El discurso de Trump lo apoya gente que jamás ha visto ni conocido a un refugiado. Les temen, tienen miedo de perder sus privilegios y derechos por su culpa. Están enfadados porque el Gobierno no les ha ayudado. Trump no ha salido de la nada, esto llevaba décadas gestándose». Los estadounidenses están «aislados de lo que pasa en el resto del mundo, no saben lo que nuestro país hace en Asia o Latinoamérica».

Los sentimientos del amigo exmarine en Irak que les acompañó en el viaje reflejan cómo un joven que se alistó estando en contra de la guerra y queriendo ayudar puede sentir «orgullo como militar», afirmar que la experiencia no le dejó traumas pese a ver morir a compañeros y justificar que derrocar a Sadam fue bueno.

Aquel viaje, donde vio las vidas destrozadas de tantos iraquís, «le cambió esquemas». «Ahora, y más con la guerra de Siria, está abiertamente en contra de la guerra. Como estadounidense yo siento culpabilidad por lo que hace nuestro Gobierno. Todos estamos involucrados». Los estadounidenses, opina, también deben «asumir la responsabilidad por los efectos del cambio climático», sobre lo que prepara un nuevo cómic y que con Trump irá a peor. Causa más casos de refugiados. «Aumentarán», concluye lapidaria.

¿Qué es el periodismo? ¿Para qué sirve? Es el otro gran tema que aborda este libro, en el que denuncia «prejuicios como el de que los reporteros solo van a la caza de noticias» y refleja las dificultades de ejercerlo de forma independiente y a la vez sobrevivir. «Es una industria y necesita financiación, pero es importante mantener la ética y conocer la responsabilidad de tener entre manos las historias de gente que te las confió».