John Irving (New Hampshire, 1942) no decepciona. Es exactamente como se espera. Se parece a John Irving. A ese autor para el que la literatura es sencillamente el arte de contar historias. Un arte que él aprendió en su adolescencia leyendo a Dickens o a Melville y que ahora muchos años después devuelve a los lectores a manos llenas: más de 600 páginas tiene su novela, la extraordinaria, por muchos conceptos, La última noche en Twisted River (Tusquets / Edicions 62). "Hay escritores excelentes, admirables, pero solo Irving conoce el secreto de ofrecer la felicidad a los lectores", resumió un incondicional Rodrigo Fresán que lo presentó a la prensa

Pero la generosidad narrativa también la gozan los que se acercan a hablar con él y esos vilipendiados periodistas que, se queja, una y otra vez, se empeñan en saber qué es lo que de autobiográfico tienen sus novelas. Y le echa la culpa a la prensa, con mucha guasa, aunque él use en La última noche en Twisted River de forma nada oculta muchos episodios de su vida poco o nada maquillados. "La clave que dispara mis ficciones es y si... , pienso entonces cómo me hubieran ido las cosas si en vez de esto me hubiera ocurrido aquello".

Para el autor está claro que la trayectoria trágica de Daniel Baciagalupo, alias Danny Angel, un muchacho de 12 años, hijo del cocinero italiano que trabaja en el aserradero de una explotación maderera y que con los años se convierte en un escritor de éxito gracias a unas novelas sospechosamente parecidas a las de Irving, es el reverso de su propia vida, razonablemente feliz. "He trasladado a la novela mis propios miedos"

La nueva novela del autor no ha escapado al método del que siempre se envanece. "Necesito tener perfectamente planificada la trama. Jamás me pongo a escribir hasta que he encontrado la última frase y sé cuál es el comienzo". Así de fácil. De A a la Z. Pero para encontrar el camino entre esos dos puntos suele tardar varias décadas. Veinte años le ha llevado ésta y todo porque la última frase se le resistía. De ahí que los accidentes --en la novela hay varios que cambian radicalmente la dirección vital de los protagonistas-- hayan sido perfectamente calculados, lo que no deja de ser paradójico.

"Lo único que no puedo controlar son mis obsesiones", dice en alusión a las mujeres poderosas y atrayentes que pueblan sus novelas, las relaciones familiares extrañas con un miembro ausente --en este caso falta la madre-- o los osos. Son esos rasgos inequívocamente irvingnianos los que llevan a sus detractores a acusarle de repetirse: "Tengo un gran nivel de control pero lo único que no controlo son mis obsesiones. Esos pensamientos que me asaltan cuando me despierto a las 4 o las 5 de la mañana y que se introducen en la ficción cuando quieren. Pero bueno, nadie le preguntó a Shakespeare:¿Qué pasa con todos esos reyes y reinas que aparecen siempre en tus obras?".

Solo dos de las 12 novelas de Irving pueden considerarse políticas, un término que al autor no parece complacerle mucho. Twisted River sigue cronológicamente los últimos 50 años de la historia norteamericana y en sus últimas páginas se muestran las consecuencias de los ataques terroristas del 11-S. "Algunas de mis novelas tienen la guerra de Vietnam como trasfondo porque transcurren en esa época. Es inevitable que si los personajes viven en los primeros años del siglo XXI mencionen el 11-S o la administración Bush". Alérgico a las trascendencias, se niega a pensar en su novela --por lo menos en público-- como un texto profético sobre el fin del imperio estadounidense. "Yo no creo que mi papel como novelista implique hacer predicciones sobre el futuro", añadía el escritor.