En las páginas del libro Days in the life, de Jonathon Green, Paul McCartney relata que, cuando en 1972 protagonizó una gira por diversas universidades del país al frente de los Wings, se le acercó un día un estudiante y le soltó: «¿Sabes? En la época de Sgt Pepper’s verdaderamente creímos que iba a cambiar el mundo. ¿Qué ocurrió?». Y añade McCartney: «¡Lo dijo mirándome como si fuera culpa mía que eso no pasara!». La anécdota ilustra bien no solo el descomunal seísmo que aquel disco audaz provocó en el mundo de la música popular (y más allá), sino también la desproporcionada burbuja de falsas expectativas y exégesis alucinadas que acompañaron la publicación del álbum, el 1 de junio de 1967, hace ahora 50 años.

Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band se nos aparece hoy como una notable aunque irregular colección de canciones presentada en un envoltorio deslumbrante, pero la generación ávida de cambios (y ligeramente intoxicada) a la que estaba destinado quiso ver en el disco la puerta de entrada a una vida nueva y convirtió su escucha en una experiencia espiritual cargada de trascendencia. «Sgt Pepper’s constituye un momento decisivo en la historia de la civilización occidental», escribió Kenneth Tynan en The Times sin que el mundo arqueara una ceja. Ningún disco de música pop, ni siquiera uno de los Fab Four, puede soportar sobre los hombros el peso de tanta responsabilidad. No durante medio siglo.

Con el paso de los años, el octavo elepé de los Beatles ha ido perdiendo posiciones en las listas de mejores-discos-de-todos-los-tiempos, rankings siempre arbitrarios en los que el sargento Pimienta gobernó sin oposición hasta que la furia revisionista que trajo consigo la llegada del punk lo derrocó sin contemplaciones. Hoy ni siquiera ocupa ya el primer puesto en el aprecio de los fans del cuarteto de Liverpool: la reseña casi herética que el crítico del New York Times Richard Goldstein publicó en la misma semana de la aparición del elepé -«cuando el trabajo de los Beatles se observe retrospectivamente y en su totalidad, Rubber Soul y Revolver pasarán por ser sus mayores aportaciones»- se ha convertido en una certera profecía.

Pero lo que casi nadie le discute al Sgt Pepper’s es su inigualada capacidad de condensar el espíritu de su época y, al mismo tiempo, marcar el terreno a sus contemporáneos. La idea que hoy tenemos de lo que fueron la explosión psicodélica, el verano del amor y el apogeo del flower power está totalmente mediatizada por el contenido y la presentación de este disco, que puede haber perdido el título de mejor elepé de la historia pero sigue ostentando la condición de disco más influyente de la era pop.

Como toda obra de arte verdaderamente relevante, Sgt Pepper’s es producto de un malentendido -el nombre nació de la confusión de McCartney cuando, durante un vuelo, el asistente del grupo Mal Evans le pidió que le pasara la sal y la pimienta («salt and pepper»)- y la expresión de un conflicto: el que se había desencadenado en el seno del cuarteto, sometido a la tensión creciente entre la ambición artística de McCartney y el progresivo distanciamiento de John Lennon. A cada intento de Paul por anclar el elepé al propósito original de ofrecer un retrato de la identidad británica bañado de nostalgia y costumbrismo (Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band, When I’m Sixty-four, Lovely Rita…) respondía John con una muestra de introspección drogota (Lucy in the Sky with Diamonds, A day in the life…) o una malhumorada descarga de bilis (Good morning, good morning).

El gran milagro de Sgt Pepper’s consiste en integrar esas fuerzas de signo cada vez más opuesto en una obra de apariencia unitaria. Se trata de un logro mayúsculo que los Beatles ya no lograrían repetir: con todas sus virtudes, discos como el White Album, Abbey Road y Let it be reflejan más el encuentro puntual de cuatro entidades creativas autónomas que el gozoso trabajo en equipo que llenó de encanto las primeras obras del cuarteto.

El sargento Pimienta cumple 50 años. Y lo celebra regalándose un lifting. «Es uno de los discos más importantes de todos los tiempos, y no quiero que suene viejo», dice Giles Martin, hijo del fallecido productor George Martin y responsable de la nueva mezcla con la que el disco ha sido reeditado en una entrega conmemorativa.