Han pasado ocho años de la muerte de Diana y 12 desde que su examante, James Hewitt, dinamitara cualquier posibilidad de reconciliación afectiva al airear en la prensa los detalles de su romance secreto. Sin embargo, algo sigue intacto en el corazón del exguardaespaldas de la princesa: "Sigo enamorado de ella. Si pudiese hablarle, le pediría que me dejara ser de nuevo su amigo", confesó ayer Hewitt en Madrid, donde promocionó la edición en castellano de sus memorias galantes, Nuestro amor prohibido (Arco Press). Difícil papeleta la de Hewitt, convertido durante años en la bestia negra de la corona británica y en objeto de persecución y escarnio de la prensa de su país. Para luchar contra esa imagen de canalla y traidor, el antiguo jinete decidió sentarse a escribir su versión. "Me vi obligado a contar mi verdad", reconoció.

Hewitt, de 48 años, asegura en su libro que Lady Di y él llegaron a hablar de boda (dice que logró arrancarle una promesa de matrimonio cuando estuvo en la primera guerra del Golfo), y que incluso pensaron en la casa donde deseaban vivir. "No hablamos de ningún lugar, solo que sería en el campo", dijo.

Pero, en 1992, la princesa dejó de responder a sus llamadas y, dos años más tarde, el amante despechado llevó a cabo lo que hoy considera "el error más grave" de su vida: hacer público su romance.

En su arrepentimiento entra el aprovechamiento lucrativo de su error. "¿Qué le voy a hacer? Aquello me convirtió en un personaje famoso a mi pesar. Ya no puedo dar marcha atrás", dijo para justificar la explotación de su romance.