Al final de Bright star , la primera de las películas presentadas ayer a competición en Cannes, el héroe muere. Desvelarlo no son ganas de tocar las narices, es algo que se sabe. La nueva obra de la neozelandesa Jane Campion (Palma de Oro en 1993 por El piano ) recrea los tres últimos años en la vida del poeta romántico John Keats, que murió a los 25 años de tuberculosis y en ese tiempo mantuvo un bucólico romance con su vecina Fanny Brawne. "Me da rabia definir el filme como un biopic. Es una historia de amor", matizó ayer ante la prensa Campion, acompañada por los actores Ben Whishaw y Abbie Cornish, y está en su derecho de hacerlo, pese a que su película, visualmente primorosa, tiene un problema habitual entre las biografías artísticas: en sus dos larguísimas horas no encuentra el momento de darnos pistas acerca de lo que significa escribir poesía (eso sí, Keats se pasa el día recitando versos y más versos, todo el tiempo; se hace muy pesado), y así nos mantiene a distancia de una historia de amor que se presupone apasionada pero en pantalla luce tan solo tópica y tediosa. Todo cuanto se nos cuenta de la pareja es que se amaban una barbaridad pese a que, según explica Campion, el tema sexual no lo tocaron. Quizá por eso, satura su relación de histerismo juvenil.

El héroe de la segunda película presentada ayer a concurso, en cambio, muere al principio. Luego se convierte en vampiro y, por tanto, deja de ser un héroe. La buena noticia es que Thirst es todo lo marciana que cabía esperar a priori, considerando que la firma Park Chan-wook --suyas son también las rarezas Old boy y Soy un cyborg --. El coreano, nada menos, lleva a su terreno la novela de Zola Therese Raquin , una historia de asesinato y adulterio, para convertirla en un alucinado relato cómico-terrorífico. La mala noticia es que tras ejecutar esa vistosa pirueta inicial se queda sin aire: su narración se mueve en círculos impulsada por la vistosidad de su violencia.