Fotografía, instalación, performance en torno a cómo los objetos pueden convertirse en lenguaje, presiden la exposición en Cáceres de este artista cordobés

"En el trabajo de muchos artistas hay poca presencia de ideología. El artista se dedica a decorar los espacios del poder más que intervenir sobre él", afirma Javier Flores.

El es artista y un activista consciente de que sus acciones "tienen escasa rentabilidad social y artística, porque no son apreciadas por el mundo del arte". Prepara un trabajo sobre el exilio que se produjo tras la guerra civil española y realizó otro de rememoración de Mayo del 68 invitando a poetas, filósofos... a escribir sobre una pared del modo en que se hizo como protesta en aquella fecha.

"No podemos oponernos al sistema sino expresar nuestra conciencia y mover a la reflexión del entorno", resume.

Durante estas semana muestra su faceta, digamos, menos política y más poética en la exposición Del objeto al lenguaje , en el Museo de Cáceres.

Flores nació en 1969 en Doña Mencía (Córdoba). Durante cinco años vivió en Cáceres impartiendo clases de bachillerato artístico. Antes había vivido cuatro años en Buñol (Valencia), y al volver de esta ciudad a Córdoba atravesó un periodo de soledad, durante el que decidió orientarse hacia el mundo del arte, antes que a la filosofía, su otra opción.

Tras acabar sus estudios creó y destruyó lo creado, a la búsqueda de una estética personal. A partir de entonces utilizó materiales industriales (pintura, hierro, acero, cristal, papel) para desarrollar un trabajo sobre la idea del laberinto, del que en Cáceres figuran algunos ejemplos.

"El laberinto es la vida, refleja la vida --afirma--. Es uno de los símbolos más primitivos que ha utilizado el hombre para representar la existencia. En mi caso trabajé sobre la idea de tránsito que supone el laberinto: de la vida a la muerte, y la de que el hombre posee múltiples caras".

CASA Su disciplina artística y aquella filosófica desechada han acabado por fundirse en la exposición de Cáceres. En el museo cacereño, el día de la inauguración llevó a cabo una performance (la sexta que realizaba con motivo de esta exposición): construyó una pequeña casa con unas doscientas letras de madera, que allí mismo destruyó. Dispersas en el suelo, con las letras formó frases y palabras (por ejemplo, La blanca ausencia , que alude al blanco del lienzo o del papel). En ambos casos, tomando como base la idea del filósofo alemán Heiddeger de que el lenguaje es la casa del ser, establecía un paralelismo entre la actividad del artista y del poeta, encerrado en su casa de palabras y escogiendo estas para construir sus versos.

De este modo, mediante la acción en directo, una casa física se transformaba en lenguaje. En otras obras, que se exponen también en Cáceres, ha operado a la inversa: escribiendo textos que se han convertido en objetos: la idea de avaricia representada con la figura de una mosca, la del nervio y el silencio, como una lagartija, o de la sociedad como una torre.

¿Qué espacio ocupa el arte hoy? El de una insuficiente expresión de lo ideológico, insiste Javier Flores. Recuerda el compromiso de artistas durante los últimos años de la dictadura y los primeros de la transición (el del Equipo Crónica, el de Eduardo Arroyo, el del grupo El Paso), "una efervescencia que paradójicamente ha caído con la democracia. Es algo sospechoso porque sigue habiendo problemas sociales, como el drama del Estrecho, el desastre ecológico mundial o la violencia doméstica".