Si el lector quiere buscar la clave de La sed (Roja & Negra / Proa) «debería leer Otelo», afirma, pícaro, Jo Nesbo (Oslo, 1959). «Se dice que lo que lleva a matar son los celos y se habla de celos mórbidos, del síndrome de Otelo, pero en realidad es la ambición». Esos, con permiso del vampirismo, son los temas de la 11ª novela del detective Harry Hole, que el autor noruego presentó el viernes en Barcelona, en el marco de Kosmopolis. «Jamás», afirma, ha conocido a un vampirista. «Son las ballenas blancas de la psiquiatría, hay muy pocos», pero ahí están, cita, asesinos en serie como «Richard Trenton (el asesino de Sacramento) o el vampiro de Düsseldorf».

Fue en una «oscura sala de psiquiatría, mientras buscaba ideas», donde se topó con el síndrome de Renfield o vampirismo clínico, en alusión al sirviente del Drácula de Bram Stoker y lo que le fascinó era que quienes lo sufren «están en una zona gris que mezcla realidad y fantasía». Son gente, añade, que siente la necesidad física o el impulso sexual de beber sangre, sea de animales, la propia o la de otros, y para ello es capaz de atacar y matar».

El asesino tiene sed de sangre, Hole la tiene de alcohol y criminales -«es un cazador de asesinos»-. ¿Y Nesbo? «De escribir, de historias, tengo sed de ideas. Escribo ficción para tener una perspectiva clara de las cosas pero no doy respuestas, solo las sugiero. ¿Existe el mal? Durante siglos se lo han planteado escritores, filósofos, políticos... Yo muestro aspectos del comportamiento humano para que el lector opine. Harry se enfrenta al mal pero, ¿lo llevamos dentro al nacer o es fruto de lo que vivimos?».

Hole siempre ha sido «una persona herida» pero en La sed, aunque aún tiene pesadillas, se ha casado con Raquel y es profesor en la Academia de policía. «Se despierta queriendo que cada día sea igual al anterior porque se siente feliz, pero su experiencia le dice que pasará algo, nota que camina sobre un hielo muy frágil y que se va a romper. Y, efectivamente, se rompe». Un asesinato le abre la sed y debe escoger «entre cumplir la promesa a su mujer de no buscar asesinos o de volver a un trabajo que odia».

¿Por qué elige lo segundo? El autor lo compara con «los astronautas, que aunque tengan familia, si les piden que vayan a la Luna en una misión suicida, dicen que sí, o los soldados que regresan de la guerra y sienten la necesidad de volver a ese horror». La razón, afirma, «es porque se lo pide la sociedad, que les dice que esa misión solo la pueden resolver ellos y les es casi imposible decir que no».

Y aunque al inicio de la novela un colega profesor le dice a Hole, «nuestra guardia ha terminado» (no, no es ningún guiño a Juego de tronos), revela que como mínimo aún le queda una novela más por delante y un nuevo asesino al que atrapar. Así que Nesbo seguirá haciendo su trabajo: «explicar cuentos de hadas para adultos».

Y entre la omnipresencia de la música que salpica la serie -no en vano fue cantante de un grupo de rock, pasión que heredó su detective- resurge en La sed la relación padre-hijo, que su «subconsciente» le llevó a tratar en El policía o El petirrojo. «Supongo que porque mi padre fue muy importante para mí. Cuando murió fue como si me cayera una losa encima y le echo mucho de menos. Si escribes sobre este tema o es por eso o porque nunca has tenido padre».

LA GUERRA / Cuenta cómo marcó a su familia la segunda guerra mundial al hablar de la serie Occupied, donde ejerce de «consultor» y trata del cambio climático en una Noruega invadida por Rusia. «Mi padre se unió a los alemanes contra los rusos porque en Noruega Stalin era más peligroso que Hitler. Mi madre era una niña pero su familia era de la resistencia. Por eso me interesa el dilema de tener que elegir un bando si hoy viviéramos una situación como aquella, de qué estás dispuesto a hacer para recuperar la independencia y la democracia».