Periodista (subdirector de ABC), poeta, director de la Real Academia de Extremadura, mañana recibe en Almendralejo el homenaje de los bibliófilos extremeños

La voz entusiasta y grave de José Miguel Santiago Castelo (Granja de Torrehermosa, 1948) desvela un apego a los libros y un desapego hacia sus amenazantes sustitutos, libros electrónicos y derivados, que él cree que no verá triunfantes. La Unión de Bibliófilos Extremeños (Ubex) le dedica mañana sábado en Almendralejo un homenaje con motivo de la celebración del Día del Bibliófilo.

--¿Es bibliófilo?--Reconozco que soy amante de los libros. Pero para ser bibliófilo hay que tener una buena chequera. Y bueno, mi biblioteca está llena de libros dedicados, cuyas firmas he procurado que figuraran en ellos. La bibliofilia tiene la ventaja de la caza. Que si te sale una buena pieza puedes capturarla. Por ejemplo, yo compré por quince pesetas un libro de Azorín dedicado a su sobrina, de la época en que él vivía en París. Como firmaba Pepe y no Azorín, nadie cayó en que la dedicatoria era suya. Pero yo reconocí su letra.

--¿Cuáles fueron sus primeras compras?--Todavía estaba en Extremadura. Debía tener unos 16 años y periódicamente hacíamos unos pedidos desde el pueblo a Madrid. Recuerdo libros de la editorial Reno, de autores procaces para lo que se leía entonces: Somerset Maughan y El filo de la navaja , o Pearl S. Buck y Viento del este, viento del oeste . Algunos los conservo y significan para mí toda una época. También atesoro una joyita , el discurso de la toma de posesión como académico de Antonio Rodríguez Moñino, al que yo asistí. Al acabar el acto me firmó uno de los ejemplares de ese discurso que editaba la Real Academia Española.

El filo de la navaja Viento del este, viento del oeste joyita

--¿Y cuántos libros tiene su biblioteca?--Ah, no sé. Mi biblioteca es una anarquía. Pero controlada. Yo creo que acabará echándome de casa.

--¿Presta libros?--Quien presta un libro lo pierde. Mi maestro, Pedro Sáenz Rodríguez, cuando visitaba a alguien llevaba puesto un gabán con bolsillos enormes. Y sabías que si no se lo quitaba, cuando se iba, era seguro que con él se habría ido también algún libro. Para él no era desde luego un robo ni nada parecido, sino un placer inmejorable.

--¿Tiene ya un ebook ?--Yo no tengo nada. Solo mis libros. Necesito el papel, así que cuando desaparezca no sé que va a ser de mí. Los libros, no sé... tienen su magia, su erotismo... Yo veo el ordenador y, sí, tiene esas ventajas de la corrección, de los cambios de tipos de letras... Espero que los libros no desaparezcan en estos años que me quedan y haya celulosa suficiente para imprimirlos. Y, si no, me quedarán mis libros y la relectura.

--¿Escribe a mano o en el ordenador?--Pues de las dos maneras. Pero llevo conmigo un cuadernito, porque los versos te asaltan y luego se van. Y si viajas en el metro o en el autobús o acudes a una comida institucional, entonces puedes sacar el cuadernito y escribir esos versos.

--No ha sido resistente a estos cambios tecnológicos.--No tengo más remedio que amoldarme y aceptarlos. No puedes ir contracorriente.