La comedia es una máquina de relojería y hay que conocer mucho el oficio del teatro y no solo de la escritura, sino de lo que es el teatro en sí, para pergeñar una buena comedia. Y, además, lo difícil de la comedia es que hay que actualizarla: si no, no tendría sentido».

Lo dice Ángel Ruiz. Ángel Ruiz no es tan conocido por el gran público como puede serlo (añadan un nombre de cualquiera que salga en televisión y tenga menos de treinta años), pero es uno de los mejores actores de España. Le pasa como a Juan Carlos Otegui: son auténticos monstruos, pero pueden caminar tranquilos por la calle. Tras La comedia del fantasma, Alfredo Sanzol le ha llamado para hacer Luces de Bohemia, que montará el Centro Dramático Nacional.

Y Ángel Ruiz canta. Y no vean cómo canta.

La comedia del fantasma tiene todos los ingredientes de la comedia plautina: el avaro, los esclavos, los amores prohibidos por las familias... Y Félix Estaire y Miguel Murillo han pensado una obra que recoge, también, todos los arquetipos de la comedia del arte italiana: Tranión (Ángel Ruiz) es un arlequín: un criado con vestimenta remendada, medio tontorrón, que siempre busca comida y mujeres. Delfio sería su Colombina: Delfio es Eva Marciel y Delfio quiere ser libre a toda costa: «Está muy enamorada de Tranión, pero no entiende que él dude de esa libertad: uno tiene que tomar decisiones, tiene que tener una economía propia...». Tranión no comerá, pero al menos tiene un amo que le procura un techo y algunos mendrugos. Y Pantaleón sería Teotrópides, el dueño de Tranión, un prócer al que le mandan representar al pueblo: «He sido nombrado prócer defensor de las gentes sencillas. Es decir, del pueblo». «¿De qué pueblo?» «No me han dicho el nombre exacto del pueblo. Así que, después de la inauguración de la rotonda que se ha construido en mi honor, tengo que partir para hacer campaña con el pueblo, para prometerle al pueblo, para no cumplir lo que le prometo al pueblo. Porque ya se sabe cómo es el pueblo».

Y, ahora, un sobre aquí, un máster allá. Aparece Barcenón de Génova, que no tiene nada que ver, nótese la fina ironía, con Luis Bárcenas. Porque la comedia se basa en traer la risa a los hechos que ocurren ahora: hay una familia a la que quieren deshauciar: «¡Nos roban! ¡Suben los precios! ¡Bajan las pensiones! ¡Amañan todo! Y, encima la calle está llena de ratas, perros abandonados y basura. Eso sí: la contribución, en esta calle, cada vez más alta», clama Esferiona (Roser Pujol), que ya no puede más con su pobreza. La hija de Esferiona y Simón (Chema Pizarro) se llama Filematio (Noelia Marló) y está enamorada del hijo del prócer, Filólaques (Pablo Gallego). Ahí tenemos el lío de la lucha de clases y de los amores prohibidos cual Romeo y Julieta. Todo eso aderezado con la presencia del mejor amigo de Filólaques, Calidámates (Pablo Romo, que besó el año pasado la piedra de la Valva Regia tan fuerte que está ahora actuando en Mérida), al que le mueve algo tan elevadísimo como la fiesta «y nada más». A unos la fiesta y a otros, como a Misorgírides (Cándido Gómez), el dinero: «El dinero, señora: el dinero ha llegado a su casa y a su propio domicilio. Lo estoy dando, lo estoy regalando».

Plauto construía sus obras para hacer reír. En sus comedias hay amor, dinero, bodas entre personas de clase social distinta, naufragios, gemelos separados al nacer, equívocos, reencuentros familiares y mucho enredo. Tanto, que no nos lo creemos, pero esa es la genialidad del teatro: entrar en lo que es inverosímil. Se basó en obras griegas como Molière se basó en él para El avaro. Y utiliza muchas referencias a sucesos contemporáneos: contemporáneos de su época, hace más de dos mil años. Si las escucháramos hoy, no sabríamos a qué se refieren. Por eso aquí se habla de Marianus (Rajoy) y del Mercadonus al que van a comprar. Porque el sentido de la adaptación de una obra es ese: serle fiel.

Todavía escucho a quienes me dicen que quieren túnicas y el texto tal y como era. Yo voto sí. Vayámonos al teatro de Mérida a las cinco de la tarde, salgamos a las diez de la noche y veamos a un solo actor encima de un escenario, sin micrófono, gritando cual desesperado, declamando mucho y con máscara y ánforas. Seguro que todo el mundo sale sin palabras. Sin palabras en una ambulancia directo al hospital de la lipotimia y la deshidratación crónicas, que no vamos a tener Cruz Roja que lo resista. Y en latín: «Ne quis miretur qui sim, paucis eloquar. Ego Lar sum familiaris ex hac familia unde exeuntem me aspexistis». Ea: aquí va el inicio de La comedia de la olla, la Aulularia, en la versión que tradujo Mercedes González-Haba para la editorial Gredos.

A mí me parece un infierno en la Tierra y prefiero, mil veces, a Miguel Murillo, a quien tanto debe el teatro de esta tierra y que lo mismo te adapta el Edipo Rey de Sófocles que te escribe Los Gemelos para Tamzin Townsend y así desde 1983, con su Golfus de Emérita Augusta, que fue la primera obra que estrenó en el Festival.

Y, además, sépanlo: Miguel Murillo vive con un gato.