Cuando Isaac Rosa lee cómo torturan a uno de los personajes de El vano ayer los murmullos del aula desaparecen. De la tortura en el franquismo, dirá, no se conoce tanto como de otros hechos. Y él, que había imaginado esa escena en una comisaría, se encontró hace meses con personas que tras leer la novela le manifestaron que así era cómo ocurría. Si cabe atribuirlo al poder de la palabra escrita, él lo descubrió "tardíamente", cuando estudió en la universidad.

El premio Rómulo Gallegos, de Venezuela, ha venido a culminar la trayectoria imbatible de esta novela. Ese premio lo ganaron en su momento autores como Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez o Carlos Fuentes.

Un perfil

Pero la publicación de un artículo del crítico venezolano Gustavo Guerrero el pasado verano en El País desvió parcialmente la atención de la novela para centrarse en el escritor. Además de alabar El vano ayer , el articulista criticaba el cambio de jurados y la selección de un perfil de autor premiable, de izquierdas, que hubiera mostrado simpatías hacia la Cuba de Castro o la Venezuela de Chávez. "Esa polémica tuvo que ver con que haya escritores de izquierdas, como ha ocurrido con Harold Pinter al ganar el Nobel. En lugar de atender a su literatura, se habló de sus críticas a Blair por la guerra de Irak".

En Caracas, Rosa eludió esta polémica y en su discurso habló del compromiso del escritor, "o responsabilidad, que es una palabra menos significada que aquella".

"Toda obra de creación --dice-- por su capacidad de intervención pública ya muestra un compromiso".

Como si subrayara esta declaración, su próxima obra, un magma en su cabeza que no ha podido poner aún en orden frente al papel, hablará del paro, de la transformación de las relaciones laborales actuales.

Ayer habló para alumnos de secundaria convocados en el instituto García Téllez de Cáceres, dentro del Aula José María Valverde. Para ellos, que no vivieron el franquismo y quieran conocerlo, dijo, había escrito su última novela.

Desde la aparición de El vano ayer , Isaac Rosa (Sevilla, 1974) no ha dejado de participar en conferencias y debates, algunos no para hablar de literatura sino de historia, de manera que ha percibido en esta presencia pública un posible peligro: el de acabar convertido en portavoz ideológico "y repitiéndome. No me da miedo ser escritor político, pero sí opinador político, porque puedes caer en las monsergas".

Sólo su estreno como padre le ha permitido poner cierta distancia entre él y las repercusiones de su obra. El éxito de ésta se ha manifestado en forma de reseñas críticas, premios, dos ediciones, tranquilidad editorial y libertad de escritura. Pero también en cierta presión ante las expectativas sobre su nueva novela. Aún hay gente que cree que ahondará en el franquismo y en los actos públicos a los que acude o en las cartas que le envían, le cuentan historias de aquella época con la esperanza de que las utilice como material narrativo. "Pero hay otras cuestiones sobre las que escribir".

Afortunadamente, su colaboración semanal con EL PERIODICO EXTREMADURA en Cuaderno del Domingo, le ha "dado disciplina en este mundo extraño de bolos", algo ajeno al proceso de escritura de una novela como esta, en la que disecciona el franquismo a través del retrato del mundo universitario y la desaparición de un alumno a manos de la policía. Si el relato aspira a traer al presente hechos olvidados o no recordados, "los aspectos más oscuros", también indaga en la manera en cómo ha sido transmitido ese pasado a través de los libros, el cine o la televisión, "por ejemplo, en la versión dulcificada de la serie Cuéntame". "Tenemos la responsabilidad de recuperar la memoria histórica y combatir a los revisionistas como Pío Moa o César Vidal".