Ya tenemos a los puristas atacados porque hay una pantalla de 18 metros tapando el frontal del teatro romano de Mérida: como si lo viera. Son los mismos que quieren túnicas, porque así se hacía en la antigüedad, pero que no ven anacronismo alguno en que, en un teatro romano, aparezca un Eurípides. Si hay togas y pallas, da igual que no haya música, que se usaba profusamente en las tragedias. Suelen querer un coro. El coro (es decir, la polis clamando al unísono), otorgaba, en esos 80 años que duró la tragedia ática, una sensación de pertenencia a una polis que ya no existe. Si ahora vemos a un puñado de gente repitiendo las mismas consignas una y otra vez, pensamos que están alienados y que pertenecer a la masa da miedito.

Todo eso, con palabras mucho más cultas y con añadidos míos, lo contó Alberto Conejero, dramaturgo, responsable de los poemas-canciones que escuchamos en la ‘Electra’ del Ballet Nacional la semana pasada. Ahora llega ‘Ben-Hur’ y, con pantalla o sin ella, con escenografía minimalista, con togas o con marcianos, lo que interesa de una historia, siempre (de cualquier historia, sea cual sea el formato que se elija) es qué nos quieren contar y cómo. Primero el qué y luego el cómo. O entrelazados y confundidos.

Cuando a Yllana se le propuso hacer una de romanos en el teatro de Mérida, sabíamos que iba a ser una comedia. Había dos retos: una, convertir un tragedión como ‘Ben- Hur’ en una obra jocosa. Y el otro, que Yllana son los reyes del humor gestual. En sus obras no se habla (Eva Isanta lo dijo con mucha gracia en la rueda de prensa: «Soy muy fan de Yllana: me sé todos sus textos»). Ahí entra Nancho Novo.

La primera vez que le leí fue en un libro solidario que publicó la editorial Bruño cuando yo era pequeña. Era el actor fetiche de aquella época y era un compendio de cuentos para niños, en el que usó un lenguaje que no era para niños y una construcción del texto que no era para niños y que a mí me maravilló. Novo escribe bien y es, además, muy interesante y, por si fuera poco, le encanta Roma. Como escribo esto antes de que se haya estrenado la obra (lo aclaro, como el año pasado) falta por ver qué ha hecho con la novela de Lewis Wallace.

Porque este ‘Ben-Hur’ se basa en la novela de Lewis Wallace más que en ninguna otra de las adaptaciones que se hayan realizado, aunque, por supuesto, tiene tintes cinematográficos (si no, de qué una pantalla de 18 metros). Van a escuchar hasta el león de la Metro-Goldwyn-Mayer y van a ver desiertos, carreras de cuadrigas (Novo se ocupó mucho de decir: «Por favor, cuadrigas. No cuádrigas. Que luego lo vemos en todos los medios de comunicación con tilde en la a. Es cuadrigas, como aurigas») y hasta la estrella de Belén. Que, durante el día, no se ve. Porque es una estrella y las estrellas, salvo el sol, no brillan durante el día. ¿Se perderán los Reyes Magos?

No sabemos mucho de este Ben Hur. Solo que, por supuesto, es un niño pijo venido a menos, al que encierran en galeras durante cinco años y que, milagrosamente, sobrevive. Nadie sobrevivía un lustro. Demasiado esfuerzo. Demasiado duro. Novo me lo adelantó: «Es un vago y no da un palo al agua». Es un vago y es listo. Si observamos los fogonazos críticos de esta obra, este es uno. Cuántos perezosos listos conocemos que se saben vender de tal manera que los jefes piensan que son imprescindibles.

La situación de la mujer es otro. La mujer y el esclavo no tenían voz. Pero aquí entran Elena Lombao y Eva Isanta que, «desde la minoría», van a reivindicar su lugar: un lugar por el que seguimos peleando muchas centurias más tarde.

Y los nacionalismos. Y cómo los políticos frenan los nacionalismos y los conatos de rebeldía. Ese es el papel que le toca (entre otros muchos) a Agustín Jiménez, que además se ocupará de hacer que el público participe en la obra: y de qué manera. No les adelantamos más, que al teatro hay que llegar aprendido, pero con opción a la sorpresa. Y cómo, aunque a tres reyes magos se les haya revelado el nombre del único Dios verdadero, resulta que, cuando el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, adopta demasiados: Yahvé, Adonai, Jehová, Emanuel...

Y todo esto, con una relación homoerótica entre ‘Ben- Hur’ (Víctor Massan) y Mesala (Fael García) que fueron muy cercanos pero que ya no lo son tanto. Podríamos reflexionar, también. Por qué las relaciones que una vez fueron íntimas luego se transforman en odio. Cómo cambiamos conforme crecemos. Por qué unos adquieren una ideología determinada y otros otra bien distinta. Si podemos sustraernos a ellas a la hora de forjar lazos duraderos con los demás o acabamos con quienes piensan igual a nosotros.

Podemos salir de allí pensando: el humor contribuye a anclar la realidad de otra manera. Pero, sobre todo, en una comedia, el objetivo es que el público pase un buen rato, se divierta, comparta risas catárticas con los demás, salga de buen rollo y se olvide por una vez de los problemas del mundo o los problemas personales, si es que los tiene. Riamos, pues. Y disfrutemos. Que no está mal.