Acaso ser guapo o atractivo implica necesariamente ser tonto o, en el caso que nos ocupa, mal actor Es algo que debe plantearse Leonardo DiCaprio cada vez que se enfrenta las preguntas sobre su carrera como intérprete, cargadas a menudo de prejuicios. No son pocos los que aún se sorprenden al ver su nombre entre los aspirantes al Oscar de este año, por su trabajo en Diamante de sangre , o fruncen el ceño ante la reiterada confianza que le muestra Martin Scorsese, que le ha dirigido en Infiltrados .

DiCaprio, de 33 años, responde a las cuestiones con una profesionalidad admirable. Ayer llegó, junto al director Edward Zwick y su compañero de reparto y también aspirante a Oscar Djmon Hounsou, con considerable retraso a una sesión de fotos en Madrid --lo que provocó el plante de los fotógrafos-- y protagonizó una rueda de prensa caótica por la mala organización de la distribuidora Warner, pero aguantó estoicamente todas las gracias, desde la entrega de un corazón de peluche a la pregunta sobre sus lugares preferidos para hacer el amor (esta no la respondió).

"Estoy abierto a cualquier tipo de género, lo importante es que me guste la historia y que quiera trabajar con el director --dijo al hablar sobre la orientación de su carrera--. Me gusta investigar el carácter de los personajes y quiero que estos me den algo a mí".

En el caso de Diamante de sangre , Danny Archer, el personaje de DiCaprio, está marcado por el cinismo; es un exmercenario de vuelta de todo tras el fin de la segregación racial de Suráfrica que mata por un gran diamante que es el precio de su libertad. Es un antihéroe que renunciará a su sueño por ayudar a Salomon, poseedor de la valiosa piedra, a recuperar a su hijo a punto de convertirse en niño-soldado de una banda de guerrilleros.

LOS CANONES Además de cumplir con los cánones del cine de aventuras, Diamante de sangre aborda el espinoso tema del tráfico ilegal de piedras preciosos que estuvo en el origen de la reciente guerra civil de Sierra Leona. Y refleja cómo los diamantes sirven para comprar armas para grupos que buscan la inestabilidad política, los beneficios que obtienen las empresas controlando el mercado y la esclavitud a la que se somete a los niños y hombres que trabajan en las minas. Edward Zwick, realizador de El último samurai , es el director.

"Me he enamorado de Africa", afirmó quien comprometido con la lucha por el medio ambiente y las consecuencias del cambio climático, prometió un próximo documental con su firma.