Fue algo más que una gatomaquia o una riña de madrileños (gatos) lo que se cocía a fuego vivo en la primavera de 1936, aunque Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) haya dado el título irónico de Riña de gatos. Madrid 1936 a la novela con la que ganó hace unas semanas el Premio Planeta. El traslado geográfico de la acción a Madrid en un novelista decisivo en la construcción mitopoética de la ciudad de Barcelona no es la única novedad, también lo es la cronología: las vísperas de una guerra que, aunque se elude, está como suspendida en la atmósfera, esperada como una fatalidad e invocada con las actitudes enconadas y violentas.

A ese espeso caldo en el que hierve Madrid, entre revolucionarios y falangistas, llega un inglés, el perito en arte español Anthony Whitelands, contratado por un aristócrata para tasar ciertos cuadros. Su misión se complica y su peripecia es la que vertebra toda la novela, confundiéndose con las diversas instancias de la política del momento, desde las más altas a las más infames.

Mendoza es un maestro en la urdimbre argumental y aquí ha vuelto a demostrarlo: el libro se lee casi de un tirón, va creando y resolviendo intrigas sucesivas bien entrelazadas y conduce a un desenlace plausible, con la justa dosis de ambigüedad.

Su narración es de obvia estirpe decimonónica cuyo realismo esencial está socavado por los enredos y revueltas folletinescos pero también por un distanciamiento irónico que tiene no poco de deshumanizador o esperpéntico. El protagonista guarda semejanza con los héroes turulatos e idealistas de Mendoza que son zarandeados por las circunstancias; su condición de inglés, que podría haberlo convertido en observador civilizado de una sociedad grotesca, resulta aquí anecdótica, salvo por el hecho de que le permite salir del infierno después de haberlo visitado. Hay una evidente simpatía hacia su incondicional fe en el arte (o en Velázquez), pero esta ni se acentúa ni se teoriza, como tampoco se salva por entero de la mirada escéptica y burlona del autor. Con agilidad de thriller, lances de relato negro y de espías, escenografía histórica y un humorismo que oscila entre lo irónico y lo bufo, Riña de gatos logra hacerse sitio entre las mejores novelas de Mendoza.