El actor Lluís Homar (Barcelona, 1957) asegura haberse «vaciado» en Ara comença tot, un libro autobiográfico escrito junto al periodista Jordi Portals. Desde su infancia en Horta hasta su vida actual en el Maresme, pasando por los años de teatro amateur y su intensa relación con el Teatre Lliure, Homar repasa tanto los momentos de triunfo (con una mención especial a su encarnación de Manelic en el legendario montaje de Terra baixa que Fabià Puigserver dirigió en 1990) como los peores días, y habla con valentía de los traumas y las inseguridades que acabaron conduciéndole a terapia psicológica. La promoción le ha pillado en plenos ensayos de Ricard III a las órdenes de Xavier Albertí, un reto al que se enfrentará a inicios de mayo en el TNC.

-¿Qué ha sido lo más difícil a la hora de hacer el libro?

-Cerrar el discurso. Tuve un momento de crisis que desembocó en el capítulo en el que pido perdón por el daño que he hecho a los demás y por el que me he hecho a mí mismo. Eso surgió de mi reacción tras revisar por primera vez el libro.

-¿No le gustó?

-Lo primero que pensé fue: «¿Quién me mandaba a mí meterme en este embolado? ¿Qué necesidad tenía de remover el pasado?» El capítulo del perdón me sirvió para hallar un punto de equilibrio con mi historia personal. Al repasar mi vida me he dado cuenta de que quizá las cosas no fueron como yo pensaba. Pero no me arrepiento de nada.

-¿Por qué se decidió a hacerlo?

-Me lo propusieron y pensé que valdría la pena. La idea era hacer algo útil, que pudiera servirle a alguien como experiencia de vida. Como explico en el libro, llevo muchos años haciendo terapia, explicando mi vida. En la terapia hablas de lo que te viene a la cabeza en ese momento. Y eso que he hecho en privado, ahora lo he hecho en público con la ayuda de Jordi [Portals].

-Una terapia en público que pueda servir a otros...

-Esa era la idea. Yo, que aún lo tengo todo por aprender, he tenido la suerte de encontrar a personas que me han ayudado. Cuando hacíamos el libro me planteé: «¿He de explicar que hago terapia?» Y enseguida pensé: «¿Puedo no explicarlo?» Yo no me puedo explicar sin contar que me han ayudado, que he necesitado terapia y sigo necesitándola. Y en esto hay muchos tabús. A mí me gusta la idea de escuela, de aprender, y la vida es un lugar maravilloso para eso. La sabiduría que te puede ofrecer la vida si vas a buscarla es brutal.

-Habla muy bien de maestros y amigos como Ariel García Valdés y Xavier Albertí, pero apenas menciona a los que no le caen tan bien.

-Afortunadamente es poca la gente con quien no me he entendido. Siempre he sido un buen alumno. Y, en general, si he tenido algún conflicto, al cabo de los años lo he resuelto.

-¿Con Almodóvar también? El capítulo que le dedica se titula ‘Del cielo al infierno...’

-El rodaje de Los abrazos rotos fue un caso flagrante de falta de entendimiento, y mira que era mi segunda película con él y que en la primera [La mala educación] no tuve problemas. Una situación como la que viví con él no me ha pasado con nadie.

-¿Le ha enviado el libro?

-Es que no lee en catalán [ríe]. Cuando salga la edición en castellano en mayo se lo mandaré. No he tenido ninguna intención de ajustar cuentas con nadie. Otra cosa es que alguien se pueda sentir molesto...

-Dio un puñetazo al director Lluís Pasqual en pleno ensayo de ‘Al vostre gust’.

-Que quede claro que lo hice solo una vez y no me pareció bien. Nunca volví a hacer algo igual. Con los años lo veo desde una perspectiva que me permite entender por qué lo hice, y no es que quiera justificarme. Por suerte, Lluís no me lo tuvo en cuenta. En cambio, Fabià [Puigsever] me pegó una bronca cuando se enteró.

-También explica que sintió unos celos terribles de Jordi Bosch. Sin embargo, eran y son amigos.

-Que yo tenga celos de alguien no significa que tenga algo contra esa persona, sino contra mí mismo. Algo parecido me ocurre con Eduard Fernández. Y hablar de esos celos me sirve para explicar por qué durante mucho tiempo me sentí mal conmigo mismo. Los celos y la envidia me llevaron a realizar un trabajo personal, a iniciar una terapia gracias a la cual entiendo que eso era como reproducir un estado que viví a los dos años y medio, cuando mi madre enfermó y me prohibieron verla durante varios meses. Lo viví como una situación de abandono.

-Y de ahí nace esa necesidad de buscar siempre más afecto que nadie. ¿No lo ha superado?

-Es algo que me sigue pasando ante ciertas situaciones. Conocer el problema no me ha inmunizado. Pero al menos ahora sé entender mejor esta fragilidad y me es más fácil convivir con ella. Al final se trata de convivir con lo que eres y sientes. Como dijo mi terapeuta una vez: «No somos responsables por lo que sentimos, solo de nuestros actos».

-¿Cómo ha afectado la terapia a su trabajo?

-Me ha servido mucho a la hora de interpretar, porque no puedes enfrentarte a un papel desde tus prejuicios. Por ejemplo, cuando tenía que hacer No tengas miedo, película donde interpretaba a un padre abusador, toda este conocimiento de mí mismo me fue muy útil. Al actuar debes sumergirte en los sentimientos del personaje, y si te conoces, sabes qué hay de ese carácter en ti.

-Habla en varios momentos de la amistad, pero también de la dificultad mantener las amistades.

-Hay una parte en mí que es un poco solitaria. A veces busco al otro porque conectar es fundamental. Pero en este trabajo vives momentos muy intensos y después todo se diluye porque no hay la posibilidad de alimentar todo ese buen rollo.

-¿Cómo lleva el paso del tiempo?

-Ahora cumpliré 60 años. Cumplir años es un gran aliciente. Reconozco que hay una parte coqueta en mí que hace que no me guste tanto mirarme en el espejo porque me veo mayor. Pero de espíritu me siento mejor que nunca. Más limpio, más entusiasta, más centrado.

-¿Qué opina su terapeuta del libro?

-El de ahora, que es de Pamplona, todavía no lo ha leído.