Normalmente, cuando uno se sienta en las gradas del Teatro Romano de Mérida, solo con eso, ya se siente mejor. Si, además, enfrente, por encima de la magnífica escena, asoma la luna creciente, esa sensación aumenta. Y si le sigue el arte --en forma de taconeo, de cante, de baile de altura-- de la compañía de Eva Yerbabuena, puede disfrutar mucho. Pero también hay quien echa en falta que el estreno de un festival como el de Mérida, que siempre ha aspirado a convertirse en un referente en el ámbito del teatro clásico, esa esencia.

El espectáculo de Lluvia , muy aplaudido desde su estreno en febrero del año pasado y que incluso ha sido galardonado con dos Premios Max de las Artes Escénicas, ha abierto este fin de semana la 56 edición del Festival de Mérida. ¿Salvó el estreno después de la suspensión --anunciada a última hora por la compañía griega que debía llevarla a escena-- de Medea ? Es la pregunta que flotaba al término de una representación de elevada calidad artística, pero en la que muchos echaron en falta un toque grecolatino, distintivo, que consideran que debe imperar en el Festival de Mérida.

Baile de sentimientos

Pero seguro que la mayoría de ellos no pudieron evitar emocionarse con el baile desgarrado de Eva Yerbabuena y el resto de integrantes de su compañía, el resto de bailarines, los cantantes y los músicos. Seguro que no lograron controlar el escalofrío en los escasos, pero emocionantes, silencios de la obra. Seguro que sonrieron cuando el desencuentro de dos amantes se transformó en pura fiesta en un tablao flamenco. Probablemente se preguntaron qué significaban aquellos gestos de los actores cuando estos pronunciaron algunas frases en lengua de signos, que la mayoría no pudo entender, invitándoles así a la reflexión.

Dos noches de flamenco puro y contemporáneo, en el que se tocaron "todos los palos" como prometía la protagonista, dieron el pistoletazo de salida a un Festival de Mérida que lucha, muy especialmente este año, contra la crisis, en forma de falta de patrocinadores y privados y cambios de última hora en la programación. Pero eso pierde importancia cuando Eva Yerbabuena se pregunta "de qué soledad yo vivo, de qué llanto eterno". Y se golpea. Y vibra, taconea, y hace vibrar.

Más todavía cuando uno la observa desde las gradas de un Teatro Romano que, seguramente se habría podido aprovechar mejor si la actuación se hubiera preparado con más tiempo, pero que nunca deja de ser el Teatro Romano. Aportando su plus de calidad a una obra que ya sobradamente ha demostrado la suya. Sin duda algo tuvo eso que ver en las lágrimas que, como reconoció al final de la representación, la artista no pudo contener mientras actuaba.

También debieron influir el cariño de la gente y de los organizadores del Festival de Mérida, "de la primera a la última persona" que colaboran en esta iniciativa, y que son lo que Eva Yerbabuena aseguró a los medios de comunicación llevarse de la capital extremeña. Incluso puede que le acompañe, y más de uno le reconozca, una cierta sensación de salvadora.