TPtara los consuetudinarios del Teatro Romano que presenciamos versiones actuales de las tragedias clásicas la propuesta "transgresora" de Calixto Bieito , que dice haber "traducido y reescrito Los Persas " para la sociedad española de 2007", nos deja sumidos en una tremenda perplejidad: ¿Dónde está la contemporaneidad de la tragedia original de Esquilo en su espectáculo? ]La respuesta: en ninguna parte.

Porque Bleito no ha hecho ninguna versión sobre el contenido, argumento y personajes del texto griego. Sólo ha transitado por la tragedia de tema histórico, reflexionando sobre los lamentos que Esquilo pone, de forma indirecta, en boca de los enemigos persas derrotados en las guerras médicas. Esta única imagen cogitabunda da pie al polémico director catalán --colaborando con Pau Miró -- para escribir un texto al día de denuncia a la intervención de las tropas españolas en Afganistán: "Réquiem por un soldado" (que se presenta como subtitulo).

Este embrollo en la propuesta de Bieito de ultra-actualización con tan pocas bazas en la transposición del clásico, resumidas en la moraleja "la guerra es eterna" (que ya resulta una perogrullada en este teatro) y en llamar a una soldado española Jerjes y a su padre Darío (un poco ridículo por el desajuste con el texto original) no ha logrado seducir a un considerable número de consuetudinarios y turistas que, tal vez desorientados, silbaron y protestaron en el espectáculo ("¡Esquilo! ¡Esquilo!...").

Sin embargo, "Réquiem por un soldado" es una obra comprometida, atractiva, estremecedora y efectista (panfletaria contra los panfletos de alistamiento a las Fuerzas Armadas). Y muy valiente en su crítica contundente al militarismo, que en momentos puede resultar discordante o exasperada ("ya se sabe que las guerras se hacen contra los niños", se dice con ímpetu irónico) y reiterativa (en la canción "El Novio de la Muerte" que exalta el espíritu legionario). Casi no hay trama, pero sus cuadros yuxtapuestos están enlazados con armonía dramática.

El espectáculo destaca por la impactante puesta en escena. Hay que quitarse el sombrero. Aquí Bleito logra un hermoso dispositivo escénico en el que juegan plenamente los elementos dramáticos: la impresionante escenografía de los desastres de la guerra --un desierto de coches calcinados en plan Arrabal, La Fura--- que conjuga fastuosamente con las ruinas del monumento romano, la intensidad de los artificios luminotécnicos arrojando rutilantes halos multicolores de luz y humo --creadores de toda una posposición de cuadros escénicos sensacionales-- y la enloquecedora acción de ritmos corporales, verbales y musicales, ajustados y precisos, de 7 actores fascinantes de recursos --de esos que habla Tairov -- que saben llenar el escenario en los diversos planos e impregnar de calor humano a sus personajes.

La representación discurre con un deliberado tono grave del género musical trágico-melodramático, consiguiendo un magnifico climax apocalíptico. Alcanza su cumbre en la zona central, aunque decae en la parte final. Natalia Dicenta saca a relucir la raza de actriz para poner en pie su triste soldado español --una especie de "Terminador" pueblerino-- con desbordante vitalidad dramática, lírica y plástica. Y Roberto Quintana encarna al sufrido padre con excelente naturalidad y desgarro.