"Escribir supone un esfuerzo solitario pero, como todo en la vida, porque el sabor de vivir es agridulce" y el odio es "una pasión más interesante aún que el amor", afirma el escritor Luis Landero, en plena promoción de su nueva novela, editada por Tusquets, Hoy, Júpiter.El escritor extremeño advierte que el odio es una pasión prohibida: "La gente no se atreve a decir que envidia, o que siente odio, aunque a nadie le es ajeno ese perpetuo conflicto que puede ser efímero, y ése es mi caso, pero que a veces se convierte en un odio épico". Hoy, Júpiter llega a las librerías mañana, cinco años después de El guitarrista y pasados 17 desde que un desconocido maestro de la enseñanza ganara el premio de la Crítica y el Nacional de narrativa con su debut literario, Juegos de la edad tardía. Su rotundo triunfo no impidió al novelista seguir convencido de que el éxito "corrompe" y funciona como una "droga adictiva. No rechazo una pequeña caricia a la vanidad, pero el lugar del éxito es la tarea de cada día en una soledad creativa, laboriosa y gustosa". Para Landero el escritor escribe "con sangre, más que con intelecto", su papel es cultivar "el asombro", y el mayor valor de una obra literaria es "que transmita vida y verdad". "Si está mejor o peor escrita es algo menor", opina este narrador de Alburquerque (Badajoz), de 59 años, que aún quiere "escribir muchos libros" -pronto pondrá a hablar a un jubilado-, y que define el fracaso como "no intentar lo soñado". "¿Quién llamaría a Don Quijote fracasado?, que le quiten la gloria del intento". En su novela, habla del odio de Dámaso Méndez, empeñado en vengarse de un padre exigente y con algún rasgo de Hermann Kafka, y de la soledad de Tomás Montejo, que se apasiona por los libros, pero un día el amor lo trastoca. Con ellos apunta al sueño nocturno que define lo más humano. La duda, lo oculto, avanzan creando sombra por las páginas de esta novela de paradojas y sin certezas. Landero constata que "nos movemos en pequeñas seguridades que se desmoronan, en ilusiones que caen y se vuelven a levantar", atento observador de "esa ambición que revela la torre de Babel, el mito de Ícaro o todo afán humano de permanencia, unido a la existencia fugaz". "¿Qué certezas podemos esperar de la vida, aparte de algún momento de plenitud? A la vida no debemos pedirle más de lo que puede dar, y eso es, en buena parte, la sabiduría de vivir", recalca porque hay que saber que "somos mecánica de soñar y de desear" y que "nos definen más los sueños que la vigilia". Cree este escritor que la sociedad española "desde su patio de butacas" rechaza hoy la función de la clase política sobre el poder. "El ciudadano no quiere más cainitas, pero un exceso de politización embrutece al país", advierte al apuntar que "la vida" discurre fuera de la dinámica de "víctimas y verdugos", como titula un capítulo de su novela. Profesor de literatura en la Escuela de Arte Dramático de Madrid, Landero indaga en las capas más ocultas de la realidad, conectado a esas zonas misteriosas del propio ser que "adoptan formas extrañas, originales y concretas cuando recuerdas", y observa que "hasta la gente que parece más vulgar tiene una trastienda de cosas, de sueños, de imágenes, del asesino o del santo". Y es que la vida, para Landero, tiene dos caras, por eso alude al doble deber ciudadano de "ser pesimista", sin dejar "la conquista", como el niño, que "pone lo mejor de sí mismo jugando en soledad, sin necesitar que lo admiren". El título, Hoy, Júpiter -que alude al planeta, pero también al tono alegre, renovador y casero de un restaurante ("Hoy, cocido"; Mañana, lentejas")-, nació de una vivencia del autor en Chile, ante un viejecito que invitaba en una esquina a observar por su desfasado telescopio cada día un planeta. Landero explica que esta novela brota de dos gérmenes biográficos: la siembra rural de su padre, quien le hizo sentir de niño que prefería a otros antes que a él, y el fruto urbano de su adolescencia, en Madrid, tras un desengaño amoroso que le arrancó un poema. "Lo demás es imaginación", aclara. Y en cuanto al país de cuya realidad extrae su experiencia más original y concreta en su tarea literaria, critica que "se sabe poco, se opina mucho, y se tiene información en vez de experiencias, devoradas por lo mediático, aunque son la verdadera nutrición". Sabiendo que corazón y cerebro se entienden "salvo en política", Landero advierte que "los poetas hablan de la vida, no de zaplanas cuyo ejercicio de política-basura enoja a un pueblo que no lo está, pues quiere disfrutar su democracia". Según Landero, del odio épico y enconado sólo hay dos maneras de salir: por la venganza o por la purificación. Dámaso opta por la segunda vía y Tomás pasa la prueba de su soledad con las letras.