--Que a un actor le ofrezcan un personaje tan poderoso y totémico como Malamadre, ¿es más una suerte o una responsabilidad?

--Para mí fue un regalo, en parte porque andaba necesitando cambiar de registro, todo lo que hacía se empezaba a parecer demasiado. Tras aceptar el papel, la euforia inicial dio paso al miedo, porque es un personaje difícil de componer, un hombre muy malo pero que también tiene un corazón. También sentía cierto pudor, hasta que, un día, Daniel Monzón pronunció las palabras mágicas: Vamos a montar un show . Entonces supe que lo iba a pasar en grande. Celda 211 es como la película de piratas que siempre, desde niño, he querido hacer.

--Todo el que trabaja con Daniel Monzón se deshace en elogios. Atrévase a decir algo malo de él

--No puedo. Daniel es un cielo, una de las mejores personas que trabajan en este oficio. Además, tiene un talento descomunal, y nadie sabe tanto de cine como él. Por último, sabe crear un ambiente de trabajo y transmitir al equipo toda su inagotable energía. Casi te causa vergüenza no estar a su altura o, al menos, no poner toda la carne en el asador.

--Y eso que no lo tuvo fácil: rodaron en una cárcel real, y presos comunes actuaron como extras. ¿Cómo recuerda aquello?

--Se creó una atmósfera muy extraña. A veces era difícil saber quiénes eran presos y quiénes actores. Algunos que tenían pinta de malotes eran bomberos, otros aparentemente normales eran gente de muy dudoso origen. Daniel supo gestionar todas esas psicologías potencialmente dispares, y al final unos y otros salimos ganando. Ellos se implicaron y llegaron a experimentar una progresión interpretativa clara, y nosotros obtuvimos de ellos una inspiración impagable.

--¿Así que Malamadre está basado en ellos?

--Malamadre es un poco Frankenstein. Parte de él está sacada de colegas míos, gente muy de barrio. La voz, por ejemplo, se la copié a Chino, un amigo de Santiago muy macarra, que trabaja de noche. Siempre pensé que se merecía un homenaje. Además, visitamos las cárceles de Topas (Salamanca), A Coruña y Teixeiro. Los presos mostraban cierto recelo, porque no están orgullosos de lo que han hecho. Eso sí, tuvimos un vis a vis increíble con un preso histórico, que lleva 20 años en la cárcel y tiene a sus espaldas muertes, fugas, motines y secuestros. Me enseñó muchas cosas útiles para construir el personaje.

--¿Qué le enseñó?

--No dejaba de repetir que en la cárcel hay que estar muy despierto, porque allí dentro todo es una amenaza. Puede que incluso el tipo a quien tú consideras tu mejor amigo te esté traicionando. Entre rejas, me dijo, la psicosis es el estado natural de las cosas. Esa frase no se me olvida.