En el origen está Borges aunque ¿qué escritura argentina no tiene origen en Borges? Se trataba de tomar prestada la premisa de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius que apunta la idea de una gran enciclopedia sobre mundos desconocidos y empezar su descripción detallada. Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) lo hizo en 1999 (la fecha no es banal para los que recuerdan los miedos milenaristas de entonces). La Historia (Anagrama) es un mamotreto de 1.000 páginas que vendió muy poco en Argentina (comparado con sus ingentes ambiciones), unos 2.000 ejemplares; los primeros numerados a mano por el autor. «En un encuentro me preguntaron ¿Cuál es el libro que habría querido leer? Y aunque al principio me pareció una pregunta extraña luego acabé pensando que sería precisamente este, el que acabé por escribir, la enciclopedia de Borges», explica el escritor con su pinta de forzudo de la feria y bigote enhiesto de Fierabrás, que este lunes sopló las velas de su 60 cumpleaños. ¿Impresionado? «Sí, un poco».

Así que todo estaba servido para que el libro se convirtiese en ‘el libro’, arrastrando la fama de que apenas nadie había conseguido escalar como lector la cima de ese Everest. O lo que es lo mismo, un título de culto. Algo que en Argentina puntúa doble. Contándolo breve -si eso es posible-, La Historia es un «manual de una civilización desaparecida» escrita ex novo en la que caben muchas cosas, no siempre las que se espera: una nueva forma de considerar el tiempo, un tratado sobre la revolución que quizá inspirara a la francesa, la forma en que se vive sin Dios y por lo tanto sin culpa, nuevos códigos morales y sexuales que incluyen un tratado sobre la masturbación e incluso pastiches poéticos al más puro estilo Siglo de Oro. Armado todo ello a base de digresiones, estructuras laberínticas y, evidentemente, un punto de enloquecimiento que necesariamente exige un creador con un ego muy bien consolidado sin dudas ni fisuras. Porque yo lo valgo. «Está lleno de sandeces», zanja, enumerando sus invenciones, como para rebajar la apuesta.

Además el libro tiene más capas que un milhojas porque es un manuscrito encontrado, traducción a su vez de un original en el que un historiador argentino quiere ver las huellas borradas de una desaparecida civilización precolombina que el estudioso sitúa en su país natal, en lo que es una especie de venganza argentina por no haber tenido esos antecedentes. Amén del centenar de páginas de notas de cada capítulo -a veces la extensión de las notas es mayor que la del capítulo- que hacen su lectura tan compleja y juguetona como Rayuela de Cortázar. «En una entrevista, Adolfo Bioy Casares me habló de un libro de Menéndez Pelayo cuyas notas eran novelas enteras -explica- y a partir de ahí creé esas notas que no son novelas pero sí fragmentos enteros de todo tipo, desde un manual de cómo morirse, poemas épicos, libros de viajes, canciones, relatos de guerra, refraneros, novelistas policiacos y recetas de cocina».

Caparrós asume con orgullo su papel de Doctor Frankenstein de un libro monstruoso hecho a pedazos, solo a condición de que el epíteto se lo coloque él mismo. «Volví a leerlo para esta edición y me pareció lo más raro que había leído en los últimos años, eso unido por mi propia extrañeza por haber escrito este libro» Empleó en ello casi una década.