Quentin Tarantino siempre ha sido un cineasta tan locuaz con las palabras como con las imágenes. En Kill Bill vol.1 , posiblemente la pelicula definitoria de la posmodernidad en su sentido más amplio, lo segundo prevalecía sobre lo primero. En la segunda parte es la palabra, organizada en torno a largos y calculados diálogos entre dos personajes, lo que vence en el cómputo global.

Pero esto no quiere decir que se produzca una ruptura radical entre la primera y la segunda parte. Creo que, por el contrario, las dos películas no pueden degustarse ni analizarse por separado: Tarantino concibió esta historia sobre la venganza de una antigua asesina a sueldo como una sola película, pero el estudio que pago la producción, Miramax, decidió doblar los beneficios fragmentándola en dos entregas. El futuro dvd con el montaje ideado por Tarantino seguramente será aún mejor.

Esto no quiere decir que estemos ante un filme alargado o incompleto. Todo lo contrario. Como la primera entrega, proporciona un caudal de sugerencias y emociones a partir de una historia espartana que Tarantino ennoblece, a su gusto, con una puesta en escena pletórica y un manejo de las palabras inconmensurable. La lúcida disquisición sobre la mitología de Superman, algo así como la clave del relato, es un buen ejemplo.

La estructura es más clásica, aunque el prólogo, en blanco y negro, nos traslada al pasado, cuando Uma Thurman y los suyos fueron masacrados en la iglesia en la que iba a celebrarse la boda. Hay otra alteración temporal, pero concebida como un clásico flashback : la novia, enterrada viva, recuerda su relación con el maestro de artes marciales Pai Mei. Esta parte es otro de los homenajes cómplices del director al cine de acción popular: la música nos transporta a un película de kung fú de los 60.

En los créditos aparece esta definición bajo el título de la película: "Supercool manchu" . Kill Bill vol. 2 es más que un arte supercool . Es un espectáculo pleno, auténtica materia de estilo.