Si aún piensan que el flamenco no puede curarlo, casi todo, estén atentos a este estudio. En una muestra realizada a unas 275 alumnas japonesas de baile flamenco respecto a los estados de ánimo, en el que se medía la tensión, la depresión, la angustia, el vigor, la fatiga o la confusión, se recogieron los siguientes datos: la angustia disminuía un 49% cuando terminaban la clase, la depresión un 29%, la ansiedad un 36% y el vigor aumentaba un 17%. Toda una evidencia de lo que es capaz de llegar a provocar el flamenco, en una persona que lo practique, lo sienta y lo ame. Básicamente. Estas cifras forman parte de la tesis doctoral ‘El flamenco en Japón. Sistema académico y tejido empresarial’ de la doctora en Arte Mayte Antúnez (Alcalá de Henares, Madrid 1971) Un auténtico espejo donde queda reflejada la sociedad nipona en su relación con este arte. Hablamos con ella de esto, de las razones que llevan a los japoneses a amar, de la manera que lo hacen, a un arte ajeno a su cultura y su forma de vida. Una interesante conversación, que terminó con la promesa de un nuevo encuentro en Olivenza, de donde es su padre, tras una tarde en la que Extremadura, Japón y Madrid se dieron la mano de la forma más natural del mundo. Nada como el arte, para diluir fronteras. Pasen y lean.

—¿Por qué el flamenco y Japón?

—Viví en Japón durante una temporada, y en el 1994 aproximadamente, fui con la compañía de Luisillo e hicimos una gira por Tokyo, Osaka y Nagoya…, ya de aquella me gustaba y me llamaba la atención el país. Del mítico tablao El Flamenco, que cerró hace unos dos años, se abrió una filial sobre el 1998 en Osaka y allí, con mi antigua pareja, estuvimos trabajando durante unos seis meses. Cada vez me implicaba más en esa cultura y cada vez me gustaba más. Regresé a España, y en el 2002 abrimos un estudio de flamenco en Tokyo donde viví hasta diciembre del 2005. Tengo una hermandad con Japón porque allí bailaba al principio, y luego di clases. Así que frente al tema de la tesis lo tuve claro: Flamenco y Japón.

—¿Cómo la planteó?

—Junto a mi director de tesis lo planteamos como un estudio socioeconómico, más desde el punto de vista cualitativo que cuantitativo, y lo acoté a las mujeres porque realmente allí las que bailan son ellas. Hay artistas, y hay hombres que bailan, claro. Tenemos el claro ejemplo de Shoji Kojima, que seguro conoces, y que es un hombre que ha recibido reconocimiento de forma oficial por parte del gobierno de nuestro país, pero la mayoría son mujeres.

—Pero, ¿por qué?

—Mire, en Japón, los hombres trabajan, trabajan y trabajan, ¡es que no tienen tiempo! La mayoría de los hombres llegan a última hora de la noche y se van a primera hora de la mañana. Aparte de que porqué se tienen que quedar hasta que diga el jefe, después, se tienen que ir juntos a tomar unas cervezas o lo que quieran. Los hombres en Japón no son dueños de su tiempo mientras que las mujeres, vamos, ni punto de comparación. Son mucho más activas en ese sentido porque no tienen esa carga. No es que esté mal visto, porque las mujeres tienen las mismas oportunidades a nivel formación y profesión, pero sí que es cierto que es una sociedad que entiende la familia como la célula madre de la sociedad, y entiende que la mujer, al menos ‘x años’, se dedique a criar a sus hijos. Aquí en occidente si quieres desarrollar tu profesión puedes conciliarla, más o menos, pero en Japón no existe esa costumbre. No pueden hacer un parón por un embarazo. Imagínese, allí es como ‘te has bajado del tren’, aunque es algo que no les resulta frustrante. Lo tienen asimilado. Hay mujeres que siguen su carrera profesional y son felices, claro, y luego las que deciden estudiar su carrera, trabajar unos años para pagarse lo que quieran, casarse, tener hijos y después, ¡ser felices también!

—¿Y por qué les gusta tanto el flamenco?

—La conclusión final a la que yo llego es que la sociedad es muy rígida, muy jerárquica, con una estructura vertical muy potente. Si tenemos en cuenta que las mujeres tienen una especie de condicionantes mayores que los hombres: por el género, que ya es discriminatorio, la edad, la ocupación, ¿qué ocurre? Que esa pequeña frustración que podría existir, la tienen que canalizar de alguna manera buscando su desarrollo personal. Los hombres también lo necesitan, porque es un sistema que devora a las personas. Para que se haga una idea: ¡solo tienen una semana de vacaciones al año! Y tienen que buscar vías de escape. Aparte de las cuestiones laborales, culturalmente es una sociedad donde no se pueden expresar emociones ni sentimientos. Está mal visto, son herencias culturales y sociológicas del pasado que les pesan mucho. Allí no pueden mostrar ni cariño, ni afecto, ni enfado, nada, ¿qué pasa? Que cuando encuentran una actividad alejada de su identidad, donde levantan un brazo, pegan un ‘zapatazo’, expresan emociones y no molestan a nadie…, esa es a mi juicio, la razón por la que le gusta tanto a los japoneses el flamenco. A una de las mujeres que intervino en mi estudio le pregunté qué significaba para ella el flamenco, y me respondió: «Libertad de expresión» ¿Qué ocurre? Que entran en el estudio, adoptan una identidad cultural distinta, que claramente es muy llamativa porque es pasión, fogosidad, expresividad…, y ahí dentro es donde pueden expresar sus sentimientos sin ningún tipo de presión, y donde consiguen exteriorizar.

—Utilizan el flamenco como una vía de escape, y nosotros como una expresión cultural y de vida. A las dos culturas nos sirve para expresarnos en cualquier caso…

—Los japoneses tienen muy claro que bailan música flamenca pero no son flamencos. Tienen un sentido de la identidad y la lealtad grande. Hoy hay casos en que esa línea editorial no está tan clara, y hay artistas que…, bueno…, pero en las generaciones anteriores lo tenían clarísimo. Había que haberlo vivido desde niño…

—¿Se quedará esto así?

—Se pueden dar casos específicos que lleguen a niveles muy altos, pero son contados con los dedos. Ellos se lo toman muy en serio aunque no tengan ningún interés en ser profesionales, y consiguen técnicamente niveles muy altos, pero de ahí a igualarnos lo veo complicado, empezando por una cuestión puramente numérica y matemática.