En el verano del 2001, Ian McEwan acabó la novela Expiación , ambientada en el siglo pasado, y decidió que su siguiente obra abordaría el presente y los problemas del hombre urbano del siglo XXI. Aquella idea inicial la situó en Londres, que ya entonces vivía bajo la amenaza del terrorismo islámico, eligió protagonista con profesión comprometida, hurgó en las ansiedades y placeres de hoy y concentró la narración en un sábado, el 15 de febrero del 2003, el día que un millón de británicos se concentraron en Hyde Park contra la guerra de Irak. Todo eso forma el tenue telón de fondo de Sábado , que el autor inglés presentó la pasada semana en Barcelona.

En esta novela, McEwan (Aldershot, 1948) hizo algo más que tejer un ambiente y una trama: profetizó el terror. La obra empieza y acaba de la misma manera, con el protagonista mirando por la ventana de su habitación a través de la cual ve un futuro que le da miedo, sensación que tomó forma el 7 de junio pasado, cuando la irracionalidad integrista se cebó con los londinenses. "Muchos aún temen que lleguen más bombas", comentó McEwan.

El protagonista de Sábado (Anagrama) es un neurocirujano prestigioso que no ha cumplido los 50 años, felizmente casado con una abogada, padres de dos hijos, él músico, ella poetisa, familia avenida, que ha previsto la noche del sábado para el reencuentro, tras meses de separación. El día amanece con una visión amenazante que el cirujano ve a través de la ventana: un avión en llamas que vincula con un atentado. La normalidad de la jornada la altera un absurdo accidente de coche, que, a la postre, desencadenará los acontecimientos.

HORAS EN EL QUIROFANO McEwan ha dado a Sábado dos ritmos narrativos, con una primera parte pausada y un último tercio del libro de ritmo más alto, y siempre con descripciones minuciosas y trabajadas; las operaciones que describe, por ejemplo, justifican las seis horas diarias que, durante un tiempo, pasó en un quirófano siguiendo el trabajo de los cirujanos.

Las discusiones entre padre e hija en torno a la guerra sirven a McEwan para exponer dos puntos de vista, sobre los que, a título personal, no acaba de tomar partida. "En torno a Irak, soy ambivalente", reconoció al explicar que la dictadura de Sadam merecía un final y añadir a continuación que "el caos y desastre actual" se han sumado a los males del país.

Pero el autor no utiliza la novela para impartir doctrina, porque, añadió, "la literatura debe reflejar lo que ocurre, pero no imponer ideologías".