Mi primera relación con Cuba fue por vía paterna, pues mi padre me contaba cómo un hermano suyo, mayor, de mozo había cogido el barco y se había plantado en La Habana, ciudad en la que se casó y en la que nació su hijo Miguel. Todos son ya difuntos; incluso ya es difunto el infante difunto de Cabrera Infante. De cuerpo, no, pero de alma él ya en su Habana.

Luego, en Salamanca, yo me arrimé, y conviví largo y tendido con la indiada caribeña, y por ende, con muchos cubanos exiliados de Cuba que vivían en Miami y venían a estudiar medicina. Entonces empecé a conocer a Alejo Carpentier, a Eugenio Florit, a Severo Sarduy, a Miguel Barnet, por supuestísimo a José Martí, al más grande, gordo y barroco divino de todos los escritores de la Historia de la Literatura Española, que fue mi adorado D. José Lezama Lima. Y también a Cabrera.

Una tarde estuvimos tomando café y ron, sobre todo ron, con D. Gastón Baquero, tremendo poeta e intelectual cubano que por aquellos años estaba ya exiliado en Madrid y fue a Salamanca a dar una conferencia sobre el poeta Virgilio Piñera, otro que tal y de tal altura lírica que decía Cabrera que veremos a ver si habrá habido otro igual.

En fin, primero fue ´Tres tristes tigres´ y luego las demás. Creo que he leído casi todo lo publicado por aquí de este Cabrera Infante que se nos acaba de morir. Pienso en tantos maravillosos e hilarantes momentos que me ha hecho pasar el difunto Guillermo Cabrera, que una mano negra me aprieta el corazón.

A los que el idioma español nos tiene tarumbas, el manejo que hizo de él Cabrera, al menos a mí, me proporcionó lecturas inolvidables. Nunca me he reído tanto. Nada me hace tanta gracia como los juegos verbales. Pero volvamos a Cuba.

En el año 1982, A. Ballell, J. G. Villalón y yo subimos a un avión en Barajas y nos plantamos en La Habana. Me di cuenta nada más pisar el aeropuerto J. Martí que por fin había vuelto a mi ciudad. Yo creo que yo había estado ya allí antes. Nos dimos un baño de Cuba hasta el meollo del tuétano de la médula. Y yo ya nunca podré olvidarme de esa culiada isla, como caimán que se tercia sobre la mar Caribe.

Cuba es un dolor constante, una herida abierta en el costado, que no cesa nunca y que a cada dos por tres, nos envía una puñalada en el ánimo, un desasosiego. Cuarenta años después se nos ha muerto Cabrera Infante en Londres sin regresar a su Habana. Ahorita mismo me voy a dar una fuma en memoria del más grande escritor de aliteraciones que haya producido nunca este idioma español.

Miriam Gómez, su mujer, su compañera de siempre, y todos los cubanos de dentro y de fuera han perdido a un escritor increíble, que era un inglés de Cuba con orígenes en España, donde muchos cubanos-españoles, que es lo mismo, lo queríamos tanto como ver amanecer en el trópico o sentados en la butaca de un cine de La Habana.

Adiós, Guillermo Cabrera, infante difunto.