Encarcelados, confinados en campos de concentración, numerosos artistas que se vieron obligados a exiliarse tras la guerra civil española sufrieron un breve periodo de prisión en su tránsito hacia la libertad, que marcó su obra inmediatamente posterior. Al final viajaron a París, Gran Bretaña y Rusia, en territorio europeo, y a México, Estados Unidos o Argentina en territorio americano.

Aislados o integrados en su nueva situación, siguieron pintando o esculpiendo, en ocasiones de modo diferente a cómo lo habían hecho antes de la guerra. Si el conflicto bélico en su país les rompió a ellos. España, la España del franquismo, rompió con ellos.

De esas vidas truncadas, y sin embargo, renovadas, habla la exposición Después de las alambradas. El arte español en el exilio. 1939-1960 , inaugurada esta semana en el Museo Extremeño e Iberoaméricano de Arte Contemporáneo (MEIAC) de Badajoz.

La muestra la componen 150 piezas de más de 70 colecciones públicas y privadas de dentro y fuera de España, y refleja la enorme variedad de respuestas que dieron los artistas a sus nuevas vidas, aunque pueden rastrearse situaciones similares, que cruzaron de un lado a otro el planeta.

"No hay una estética del exilio, pero sí perfiles comunes", señala Jaime Brihuega, responsable de esta exposición itinerante, que comenzó su recorrido en Zaragoza el pasado octubre, y posteriormente se exhibió en Córdoba y Valencia, antes de concluir en Badajoz.

RENUNCIA A LA BELLEZA "Todos pasaron por un purgatorio", afirma Brihuega. Fue el periodo fugaz de cárcel en campos de concentración del sureste francés antes de que cada uno lograra medios para encarrilar su existencia. Bien embarcándose, como el pintor Ramón Gaya, que cruzó el Atlántico hasta México a bordo del barco Sinaia, bien instalándose en la Rusia comunista, como el escultor Alberto Sánchez.

De ese tiempo surgieron obras que reflejan la estancia en prisión y en las cuales los artistas renunciaron a la belleza. "Produjeron un arte figurativo. Se prohibieron veleidades estéticas y se pegaron a la realidad de los hechos".

Todos, también, mantuvieron presente el drama español, el eco de la guerra y la memoria del tiempo perdido. Pero, a la vez, hubieron de afrontar el nuevo contexto y decidir su integración en países ajenos, pasando a formar parte de los procesos culturales de su tiempo. En lugares como México, donde la presencia del exilio fue abundante, esta adaptación se hizo más llevadera y se crearon plataformas culturales, que dialogaron con la creación propiamente mexicana. Ello no significó que los artistas establecidos allí (o en Argentina, Puerto Rico, Venezuela o Guatemala) renunciaran a los presupuestos estéticos que habían concebido en España.

Brihuega cita a Ramón Gaya, Maruja Malló o Arteta entre quienes mantuvieron su estética. Otros, como Esteban Vicente, afincado en Nueva York, pasaron de una figuración lírica al expresionismo. Hubo quienes, como Alberto Sánchez, que se encontró aislado en el mundo cultural soviético y adoptó la posición de francotirador.

El Cono Sur americano constituyó el segundo destino más numeroso. Allí coincidieron Rafael Alberti, Manuel Angeles Ortiz o Luis Seoane.