Tras el hundimiento de la editorial RqueR, la hija de Esther Tusquets debuta como escritora con Hoy he conocido a alguien (Bruguera), una novela de iniciación.

--Defiende usted la frivolidad.

--La frivolidad, como el humor, es una herramienta para enfrentarse a un mundo complicado. Cuando se te muere el padre de un cáncer fulminante demasiado pronto, cuando tu madre tiene Parkinson, hay que procurar vivir con alegría y con cierta ligereza. Hay que empeñarse en sacar el máximo partido a las cosas buenas. Yo echo de menos inteligencias del estilo de Oscar Wilde, de Truman Capote, de Andy Warhol.

--Pues creció rodeada de gentes de ese estilo.

--Sí. Recuerdo ver llegar a casa a Terenci Moix con unas bragas de satén que le salían del pantalón, y a Umberto Eco hacer dibujos por casa, y a Ana María Matute, que me parecía un mezcla de hada y de bruja, y a Carlos Barral, que en una fiesta en casa se acercó y me preguntó: "¿Te ha venido ya la regla?". Yo tendría unos 10 o 11 años y me dio tanta vergüenza... Me divertía mucho estar con los adultos.

--¿Le divertía tanto que le ha costado crecer?

--No quería crecer, no. Quizá por eso me interesa indagar en la gente que, habiéndolo tenido todo muy fácil, como yo, no consigue encontrarse bien en ninguna parte. A mí me ha costado encajar. Aún me cuesta... Me habría gustado hablarlo con los hijos de otros grandes editores de aquella época, pero Herralde no ha tenido hijos, Barral tampoco los tuvo... Entre las cosas que salvan, creo, está el enamorarse y el parir. Ambas experiencias tienen cierto riesgo.

--Era un imperativo escribir, pues.

--Bueno, cualquiera que haya estado en el mundo editorial tiene la tentación de ver si es capaz de escribir. Dedicas muchas horas a preparar manuscritos, a conseguir escritores, a corregir pruebas. Y piensas: "¿Sería capaz de hacerlo yo?".

--¿Qué tal eso de pasar al otro lado del espejo?

--Me ha parecido una experiencia interesante, pero difícil. Escribir es mucho más difícil que editar.

--¿Es difícil someterse al juicio de Esther Tusquets?

--Tardé en enseñarle el manuscrito. Me empujó Ana María Moix. A Esther le tengo un gran respeto literario. Y personal también.

--¿Cómo lleva una hija las salidas del armario de su madre?

--Esther siempre ha sido así. Cuando yo estudiaba en el Liceo Francés publicó la novela El amor es un juego solitario , en la que ya hablaba de una relación entre dos mujeres. Y eso, para una niña de 13 años... Todavía no la he podido leer. Era la única que tenía pecas, la única que tenía padres separados, la única cuya madre escribía de relaciones lesbianas, la que no estaba bautizada, la que era zurda...

--Un trago.

--Y ese malestar aún no ha pasado. Incluso he perdido la esperanza de que pase, ja, ja. Mi madre es una provocadora, y eso a veces resulta cansado. Cuando llama a la puerta --vivimos en el mismo edificio--, me sobresalto. Nunca sabes con qué te va a salir. Pero no imagino a otra madre. Yo la adoro.

--¿Le leía cuentos de pequeña?

--¿Esther? ¿Sentada al lado de la cama? No, no. Me los leía mi madrina, Mercè.

--¿Qué tal el papel de abuela?

--Lo hace a su manera. Por ejemplo, a mi hijo le faltaban 10 cromos para acabar una colección de 750. Ella compró una caja de mil sobres, los abrió todos, metió los que le faltaban en sobres trucados y se los regaló por Reyes. Hace este tipo de cosas que mi hijo no olvidará.

--Ella tiene fe en usted.

--Ha confiado más en mi olfato que yo misma.

--Las dos han visto la trastienda del mundo editorial. ¿Tirará algún día de la manta?

--Podría haberlo hecho en Hoy he conocido a alguien , pero opté por el mundo de la moda, que desconozco. Preferí tomar distancia.

--Rompa la distancia ahora.

--Antes vivíamos de los libros, pero ahora el mundo editorial se ha convertido en un negocio. A mí me acabó pareciendo que era un mundo muy pequeño, endogámico, lleno de egos. Acabó por no divertirme nada toda esa gente que se considera la reoca --en general, no me gusta la gente que está muy contenta consigo misma-- y que pasa el tiempo en el Giardinetto criticando a los demás.

--Su protagonista, Ginebra, diría que es una ordinariez.

--La buena educación es muy importante. Creo que hay que seguir unas formas, un protocolo. Lo considero una forma de inteligencia y de sensibilidad. A veces el mundo resulta bastante violento, ¿no cree

--Quizá por eso los libros son un refugio.

--Yo lo encuentro en Truman Capote, en Chejov, Javier Marías, Proust, Wilde, Jane Austen...