La concesión de la Medalla de Extremadura a Juan Margallo me trae recuerdos de simpatía por este extremeño, personaje entusiasta y batallador del teatro español, con el que participé en diversas actividades de mi vida teatral. Lo conocí en Madrid la década 60-70 donde habíamos estudiado: en TEM (con W. Layton y M. Narros) y en la Real Escuela Superior de Arte Dramático.

Pero fue en su etapa con el director Italo Ricardi cuando me llamó la atención como agitador teatral en aquellas representaciones y coloquios montados en la Universidad (en teatro del San Juan Evangelista), donde los grupos teatrales tenían que salir corriendo con los bártulos escenográficos cuando aparecía la policía.

En esos años, de muchas medidas represivas, para los que aspirábamos como él a tener teatralmente compromiso social e independencia era fácil congeniar con el ardor de su protesta artística contra el peso fascista y con su lucha --en foros junto a su grupo Tábano o junto a actores, como Juan Diego-- por las reivindicaciones teatrales. Me motivaron muchas cosas de aquel Margallo con la lanza en ristre, sentido del humor, solidaridad y cordialidad.

Disfruté de sus iniciativas bajo el signo del teatro de provocación/happening y del estilo propio creado en la línea del teatro popular divertido que buscaba con guiños la complicidad del público en la crítica socio-política. Y aprendí una forma peculiar de protesta. Se trata del pateo, aquella manera de la honrosa tradición teatral de juzgar los espectáculos, hoy extinguida.

Margallo también era un artista del pateo en las funciones pseudo/eruditas --como las de cámara y ensayo que programaba Mario Antolín, famoso censor y directorcillo de las subvenciones teatrales del Ministerio--. Recuerdo que él y su grupo eran los que pateaban más fuerte y yo el que repiqueteaba en las filas de atrás. También me acuerdo de la improvisada orquesta que montamos en una Semana de Teatro de Badajoz --en el Menacho-- pateando un embaucador espectáculo del grupo sevillano Tabanque. Probablemente, de ahí vienen mis arrebatos de crítico teatral.

Margallo produjo en 1970 un gran impacto con su ´Castañuela 70´, al ser la primera obra del teatro independiente que logró acceder al teatro comercial de Madrid. El espectáculo fue suspendido en pleno éxito por la censura siete días después del estreno, provocando un escándalo en los medios culturales del país. La compañía lo representó después en giras por Europa y América Latina. Desde entonces la actividad teatral de Margallo fue intensa como actor, director, dramaturgo y organizador. En Extremadura desde 1974 (con ´Robinsón Crusoe´) vimos siempre los montajes de sus compañías El Gallo Vallecano y Uroc Teatro, participantes en festival de teatro contemporáneo. En la etapa del consejero Jaime Naranjo contribuyó con su asesoría --y con las famosas carpas-- a poner en marcha mi programa Plan de Acción Teatral Educativo en la Extremadura Rural. También, en los últimos años, ha dirigido espectáculos --´Edipo´ y ´La paz´-- para el teatro romano.

Su labor como organizador la recuerdo por la espléndida dirección del festival iberoamericano de Cádiz, iniciado en 1986, al que asistí durante diez años, invitado a participar en foros y encuentros de directores de festivales. Allí tuve el honor de recibir en 1994 el premio ´Ollantay´ del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral. En estas y otras colaboraciones teatrales coincidimos también en varios países del otro lado del Atlántico (desde 1973, en Puerto Rico).

En el último festival de Badajoz participó con ´El señor Ibrahím y las flores del Corán´, obra que reflexiona sobre la amistad --de un viejo musulmán y un joven judío-- por encima de las diferencias de origen. Margallo, exhibiendo toda su maestría escénica, hace el papel del viejo Ibrahím, fascinando al público que percibe los latidos de una actuación de altísimo voltaje. Por esta interpretación recibió el Premio Max de las Artes Escénicas al Mejor Actor. Ahora le han dado la Medalla de Extremadura, distinción que también merece por su larga trayectoria artística, de gran belleza moral ¡Enhorabuena, Juan!