Se ha convertido en una de las sensaciones del año. Desde su estreno el pasado septiembre en el Festival de Telluride, Moonlight lleva acumulados 162 galardones, convirtiéndose en la favorita de la mayor parte de las prestigiosas asociaciones de críticos estadounidenses por encima de La La Land. En los Globos de Oro consiguió el premio en la categoría de drama y en los Oscar opta a ocho estatuillas.

Pero para llegar hasta aquí el director Barry Jenkins no lo ha tenido nada fácil. Al igual que los personajes que retrata en su película, creció en un barrio deprimido de Miami en el seno de una familia humilde. Convertirse en director de cine parecía encontrarse muy alejado de sus posibilidades, pero el joven Jenkins se afanó por alcanzar su sueño. Ingresó en la universidad estatal de Florida ya que no tenía forma de financiarse los estudios y empezó a interesarse por la escritura y el cine de autor. Su predilección por los directores franceses y asiáticos marcaría sin duda su imaginario visual y su manera de captar de forma silenciosa y sutil el interior de sus personajes a través de un marcado estilo. Que Wong Kar wai sea uno de sus autores favoritos es algo que se puede apreciar en Moonlight, en la poética de sus imágenes, en la utilización sensorial del color y el sonido y en la introspección que caracteriza la propuesta.

ATMÓSFERAS ÚNICAS / Su formación fue prácticamente autodidacta. Aprendió haciendo cortometrajes para controlar la técnica, primero en 16mm. Cuando todavía se encontraba estudiando, conoció a James Laxton, que se convertiría no solo en su director de fotografía, sino también en su cómplice en el camino de exploración que estaban emprendiendo. Su primer trabajo juntos fue My Josephine (1993), al que le seguiría Little Brown Boy, pero tendrían que pasar cinco años hasta que debutaran en el largometraje con Medicine for Melancholy, la historia de dos jóvenes de color que durante 24 horas pasean por las calles de San Francisco. En ella ya se apreciaban los elementos naturalistas que adquieren una gran presencia en Moonlight. También su habilidad para crear momentos, atmósferas únicas y su delicadeza para adentrarse en las relaciones personales.

Pero Medicine for Melancholy fue una película muy pequeña hecha gracias al dinero que le había prestado un amigo. ¿Cómo subir a un nivel superior de producción? Tuvo que esperar ocho años más para estrenar su segundo largometraje, apadrinado por los responsables de 12 años de esclavitud y por Brad Pitt.

Moonlight parte de la adaptación de una obra teatral de Tarell Alvin McCraney titulada Moonlight black boys look blue, una frase que adquirirá una relevancia especialmente metafórica a lo largo de la película. Durante su transcurso seguiremos a un personaje, el de Chiron, durante tres de sus fases vitales: infancia, adolescencia y edad adulta, mientras asistimos a su evolución y a la metamorfosis que sufre en relación a los traumáticos acontecimientos que van sacudiendo su vida. Tres capítulos interconectados pero independientes que nos llevan desde la desprotección y desarraigo de una niñez marcada por el bullying escolar y los problemas familiares, pasando por el descubrimiento de la identidad sexual en la pubertad y la necesidad de reconciliación con el pasado al alcanzar la madurez.

Uno de los mayores logros de Moonlight es la capacidad de Jenkins para reunir a actores amateurs y profesionales cuya unión dota al relato de una mayor autenticidad. Puede que Naomi Harris y Mahersala Ali alcancen el reconocimiento por sus interpretaciones, pero el resto del casting logra transmitir con su mirada incontaminada una fuerza expresiva que entronca a la perfección con el espíritu callejero y rebelde de la película. La ciudad también se convierte en una protagonista más de la función, como si el director quisiera captar sus pulsiones a través de un cierto aliento neorrealista pasado por el filtro de la estilización formal más elaborada.

TRÍPTICO / Moonlight se erige así como un tríptico experiencial que aborda temas como la homosexualidad, las drogas, la intolerancia y la incomprensión dentro de la propia comunidad afroamericana sin caer en la acumulación o en el victimismo, sino apelando a la fragilidad de sus personajes.

Jenkins intenta con su película subrayar las etiquetas que duelen («negro», «pequeño», «marica», «pobre») para intentar liberarlas de su significado despectivo. Y a partir de ahí construir un hermoso relato de amor y superación.