Iván Vergara lleva casi quince años viviendo en España. En Sevilla. Es mexicano. Es poeta, músico, documentalista, gestor cultural, director de la Plataforma de Artistas Chilango Andaluces (PLACA), creador de la editorial Ultramarina Cartonera & Digital y estaba invitado, como siempre, a Centrifugados.

Iván Vergara es ilegal.

Lleva 14 años viviendo aquí, pero es ilegal. No tiene visado de entrada en el país donde reside y de donde ha salido y ha entrado libremente en los últimos tres lustros. ¿Cuál es el lugar de pertenencia de uno? ¿Qué sitios reconocemos como nuestros? ¿Cuánto tiempo de nuestra vida hemos pasado sin una casa a la que reconocer como propia? ¿Qué haces si no te dejan volver? Vergara lo tiene claro: pedir ayuda en Facebook para seguir organizando actividades de la PLACA. Le han respondido de Canadá, de Guatemala, de Colombia. «¡Hagamos algo!», escribe.

Hagamos algo.

A José María Cumbreño se le ocurrió esa misma frase hace cuatro años. Y buscó apoyo en Cáceres, pero no lo encontró. Julio Pérez, exdirector de la Universidad Popular de Plasencia, le salió al paso, porque al final las redes de amistad funcionan así y, desde entonces, a finales de febrero, con un frío que pela, en la muy noble Plasencia, se organiza un encuentro de editoriales independientes y poesía que el año pasado premió a ese monstruo que es Gonzalo Hidalgo Bayal y este año premia a Luis Landero.

La primera vez que entrevisté a Landero yo tenía 25 años y me quedé muda porque decía lo que yo pensaba (lo que yo sentía) sobre el hecho de escribir, de necesitar escribir.

En Centrifugados, que se celebra del 23 al 25 de febrero (sí, es la semana que viene: pero aviso porque los hoteles se llenan: no se lo piensen, la vida no da muchas oportunidades), se reúne mucha gente que necesita escribir. Poetas que aún no han publicado, pero lo harán. Profesores de filosofía. Novelistas. Periodistas metidos a editores. Directores de festivales de cine que son grandísimos lectores. Hablan. Hablan mucho, en público y en privado. Y recitan sus poemas. Y venden libros.

Este año, el tema que se ha elegido es Identidad y frontera. Vergara no estará, pero sí Omar Pimienta, que vive en la Colonia Libertad, Tijuana, México y trabaja en San Diego, Estados Unidos, y hace colas para pasar de un lado a otro. A la primera generación de hijos de inmigrantes los llamaron ‘In between’, en medio. Los niños hablaban inglés. Sus padres no. Los niños se enteraban de sus notas. Los padres no. Los niños tenían que traducir las indicaciones del médico. También estarán Eleonora Filkenstein y Valter Hugo Mãe y Álex Chico y Jorge Peralta, gentes de Argentina, de Chile, de Alemania (como Timo Berger, que organiza en Berlín el Festival Latinale, dedicado a la literatura de Latinoamérica); de Portugal, de Extremadura pero que viven en Barcelona o en Madrid o donde les lleven las oposiciones (repito: ¿cuál es el lugar de pertenencia de uno? ¿qué bar, qué cuerpos, qué amigos, qué idioma?): algunos escriben en inglés, en español, indistintamente, tienen otros procesos de creación, otros lenguajes, mezclan áreas, usan internet, crean revistas, traducen a otros pero no a sí mismos…

Hablarán de los diálogos y silencios de las literaturas en español: de qué manera se cruza el charco, qué leemos aquí de allá y viceversa, qué grupos editoriales marcan el canon, qué ocurre en los varios países en los que se habla este idioma nuestro, con todas sus variantes. De qué manera influyen las aduanas en lo que se escribe, en lo que se publica, cómo construimos nuestra identidad si somos inmigrantes ilegales y llevamos quince años viviendo en otro país o si somos escritores con doble nacionalidad que elegimos versificar en otro idioma o si elegimos bailar en otra comunidad y luego queremos recuperar tradiciones de nuestro pueblo, como hizo Carlos Alberto Rodríguez con un documental de videodanza que se titula ‘Vieja era de Horcajo’.

Estarán Chus Pato y Ángel Cerviño, Luis Arturo Guichard y Luciana Garriga y Nico Said y Rosario Troncoso y Gonzalo Escarpa, de quien he tomado parte del título de este artículo. Les escucharemos, pero Centrifugados es también (es, sobre todo) otras cosas.

Es hablar con una persona un par de días y que, luego, al cabo de dos años, descubras que sigue ahí, aunque esté a un océano de distancia y con nieve. Son las galletas de Ferrán Fernández, que es el editor de Luces de Galibo y un poeta magnífico y un hombre amoroso, honesto, cariñoso y divertido. Son los conciertos de Chloé Bird, de Fetén Fetén y de De la Carmela (échenles los dos oídos a estos dos). Son las charlas con Javier Fernández Rubio, de El Desvelo, y el libro que me debe desde el año pasado porque se agotó. Son las ganas de conocer a Carlos, de La uÑa RoTa, del que Cumbreño lleva años hablándome. Es el pimpampún con Chose, las cenas con Pablo y David y Javier, la tortilla de patatas con Gonzalo Hidalgo Bayal, saltar de una charla a otra, los abrazos y los mimos.

Qué buena la literatura que se comparte así.

Y que no falte el mezcal.