Estar vivo y estarlo en plenitud de facultades durante más de un siglo para ser la conciencia de una época. Pocos lo logran. Francisco Ayala (Granada, 1906) escritor y académico, ensayista y sociólogo, testigo de excepción del siglo XX y único superviviente de la Generación del 27 falleció ayer en Madrid al mediodía a los 103 años. Su salud, tras algunos percances de los que fue recuperándose, se mantuvo en buen estado hasta prácticamente el final, cuando el pasado verano contrajo una bronquitis de la que no se recuperó.

Si no hubiera sido por eso, uno de sus últimos viajes hubiera sido la presentación en Barcelona en septiembre del quinto volumen de sus obras completas. En vez de eso, su ironía brilló por última vez en la presentación en Madrid de la digitalización de su documentación privada reunida en la fundación granadina que lleva su nombre. "Lo que no hay derecho es a vivir tanto", se quejaba con escéptica coquetería. Una coquetería por la que renacía cada vez que una mujer joven se le acercaba.

COLOSAL La figura de este hombre es colosal y la cronología de sus hazañas vitales sigue los más importantes acontecimientos del pasado siglo. Se le puede ver en Madrid en 1922, cuando era todavía un adolesdente provinciano y un precoz escritor con aspiraciones artísticas, heredadas de su madre y de un abuelo republicano, rector en la Universidad de Granada.

Cinco años más tarde, publicada su primera novela y licenciado en Derecho se sitúa en la órbita de Ortega y Gasset colaborando con La revista de Occidente. En 1930, viaja con una beca al turbulento Berlín, donde es testigo del ascenso de Hitler y conoce a su primera esposa, Etelvina, madre de su única hija, Nina.

En los años de la República se convierte en uno de los intelectuales más activos ejerciendo diversos cargos en la administración, en la universidad y en la prensa. El estallido de la guerra civil le sorprende en una gira de conferencias por Latinoamérica. Pese a las dificultades, el comprometido Ayala decide regresar para luchar por la República. "Entonces preferí olvidarme de que soy escritor", dijo.

Fuera de España, se convierte en una de las grandes figuras del exilio, en Puerto Rico, Brasil, Argentina y Estados Unidos y se resiste a crear un victimario con esa figura: "Muchos de los exiliados vivimos muy bien e hicimos carrera".

En su caso fue cierto, integrado en la vida cultural de todos sus destinos. Eso no impidió que, liquidados sus contratos con la universidad norteamericana, regresase a España en 1980.

Poco a poco, le llega el reconocimiento negado durante tantos años: su ingreso en la Real Academia, los premios Nacional y Cervantes, la creación de una fundación dedicada a su obra y el cariño incondicional de los lectores hacia aquellos que lo han visto y lo han vivido todo.

Su obra como narrador, sociólogo, pensador y escritor memorialista es ingente, alcanza más de 70 títulos y tiene como grandes jalones: La cabeza del cordero , El jardín de las delicias , Recuerdos y olvidos y Los usurpadores .