Ingmar Bergman contó todo lo que quería mostrar de sí mismo en sus memorias Linterna mágica publicadas en 1988. Ahí están sus cinco matrimonios y distintas relaciones estables —las más conocidas, con Bibi Andersson y Liv Ullmann—, sus ochos hijos —aunque aparezcan poco porque apenas les dedicó tiempo— y sobre todo, sus inquietudes, sus miedos y sus confesiones que mostró, hay que reconocerlo, sin demasiada indulgencia para sí mismo. Pero son, claro está, las memorias de un genio muy consciente de ello y tan solo preocupado por su creación, y quizá despreocupado en demasía por todo lo demás, lo insignificante y cotidiano y, a sus ojos, miserable.

Ahora, coincidiendo con su centenario, la Fundación Ingmar Bergman ha decidido publicar buena parte del material que el director de cine y teatro depositó en el Instituto del Cine Sueco en el 2000, tres años antes de rodar su última película, Saraband. Eran 45 cajas con manuscritos, borradores de guiones de cine, fotografías y correspondencia. De ese tesoro surge Cuaderno de trabajo (1995-1974), primera parte de las notas que a modo de diario recogía paralelamente a la concepción de sus filmes. La segunda entrega, que cubre los años 1975-2001, aparecerá en otoño y aquí un poco más tarde. España (con el sello Nórdica) ha sido uno de los países que más pronto ha recogido la traducción de los cuadernos que todavía no tienen versión al inglés.

Jan Holmberg, director de la Fundación Bergman y editor de estos trabajos, se pregunta si es lícito que salgan a la luz unos textos cuyo origen era totalmente privado y en los que lo mismo hace planes respecto a una cena o explica sus problemas de insomnio como hace tanteos respecto a los argumentos y detalles de sus películas, con lo que el espectador bergmaniano podrá armar su rompecabezas. «Gran parte del placer de la lectura de este libro reside en los vaivenes temerarios de lo trivial a lo genial, de lo ridículo a lo sublime», dice el crítico.

Sin problemas de conciencia

Varias razones se da Holmberg para llevar adelante el proyecto sin problemas de conciencia. La primera es que el propio Bergman ya utilizó algunos fragmentos de estas notas, más elaborados, en su otro libro de memorias, Imágenes (1990). Y la segunda y definitiva es la carta que en 1963 el realizador de Fresas salvajes escribió a su editor destacando el posible interés de sus notas y su intención de publicarlas, cosa que no llegó a ocurrir.

El Bergman al que seguimos en el primer diario de trabajo de 1955 tiene 37 años, acaba de abandonar a su tercera esposa, Gun, y ha empezado una difícil pero apasionada convivencia con su actriz fetiche de entonces, Bibi Andersson. Dirige el teatro de Malmö y se está preparando para rodar Sonrisas de una noche de verano, que en el Festival de Cannes del año siguiente le dará el espaldarazo internacional al optar a la Palma de Oro. El volumen se cierra en el 74, cuando aborda el rodaje de La flauta mágica y acaba de abandonar uno de sus proyectos más locos, una adaptación en Hollywood de La viuda alegre, con Barbra Streisand como protagonista. Entre una fecha y otra, Holmberg promete al lector la máxima intimidad. «Nunca hemos estado más cerca de Bergman».