Dice su buen amigo y paisano Pepe Caballero Bonald, poeta exquisito, que suele identificarse al andaluz con el tipo gracioso, exagerado y extrovertido. Y eso es mentira. El verdadero andaluz, insistía hace tiempo Caballero Bonald en una entrevista de Arturo San Agustín, se parece más a Luis Cernuda o Blanco White, que eran hombres "críticos, introvertidos, reconcentrados, melancólicos". Algo de eso hay en Felipe Benítez Reyes. Por el porte y las hechuras, se diría que es un gentleman británico, comedido en el gesto, brillante en el uso de la ironía, a quien solo faltaría un pañuelo a lo Niven asomando por el bolsillo de la americana para completar un retrato que obedeciera al tópico.

Conversador nocturno. Lector con hambre. Modesto sin falsos aspavientos. Próximo en el trato. Prestidigitador del lenguaje. Benítez Reyes es un excelente escritor que lleva lustros forjándose el prestigio en la ingrata cantera de la poesía, donde hay que picar duro para arrancar una sola palabra que brille como el diamante. Como reza uno de los versos de Escaparate de venenos (1996), "de todo comienza a hacer bastante tiempo".

Años de lucha y escritura, oficio de soledad, que al final tienen su recompensa. El Nadal se dignifica al añadir a su elenco el nombre de Benítez Reyes, quien ya atesora en su haber el codiciado doblete de los premios Nacional y de la Crítica por el poemario Vidas improbables.

Anoche, cuando la luna era ese párpado cerrado, el poeta fue el novio del mundo. El levante soplaba con fuerza y quiso brindar por él con una manzanilla de Sanlúcar bien fría. Felicidades, FBR.