Cerca de la Navidad de hace dos años, El despertar de la fuerza, secuela tardía de la trilogía original de La guerra de las galaxias, se recibió como un regalo. Un buen regalo: una reedición de lujo de algo que amaste mientras crecías. Pero no un regalo inesperado, de aquellos que contentan a la vez que hacen subir las pulsaciones.

Se agradecía al director-coguionista J. J. Abrams que optara por la estética futurista pero sucia que hizo grande a la primera trilogía. De nuevo, el universo creado por George Lucas era físico, tangible y real, en lugar de una sucesión de dioramas digitales con personajes envarados paseando por su interior. El problema era que lo viejo ganaba quizá en exceso a lo nuevo: situaciones, escenarios, conceptos… Muchos samples muy identificables.

Star wars siempre será Star wars, y no tendría por qué ser de otra forma: viajamos aquí en busca de la aserción del bien y la justeza; de tragedias personales compensadas con triunfos comunes; del gozo de recuperar el espíritu aventurero de los seriales de otras épocas en mitad de unos tiempos de apatía. Partiendo de esas esencias se pueden inventar mil cosas, como tuvo claro Rian Johnson a la hora de desarrollar Los últimos Jedi.

LABERINTO DE PASIONES / Única persona, Lucas aparte, que ha escrito y dirigido a solas una entrega de la saga, Johnson tuvo casi total libertad para crear este episodio. Según explicó hace unos meses a la revista Vanity Fair, «el pre-set era el Episodio VII, y eso era todo». Se trataba, a grandes rasgos, de continuar con la revelación y construcción de la figura mítica de la Jedi femenina. Cómo lo hiciera era su problema.

«J. J. [Abrams], Larry [Kasdan] y Michael [Arndt] presentaron a los personajes de forma muy evocadora en VIII y los situaron en una dirección», contaba Johnson. «Entendí que la labor de este capítulo intermedio era desafiar a todos esos personajes; ver qué pasaba si les quitábamos la silla de debajo».

Sin entrar en excesivo detalle, contaremos que el triángulo principal es el formado por Rey (Daisy Ridley), Luke (Mark Hamill) y Kylo Ren (Adam Driver), el sobrino torturado y parricida del segundo, al que la primera sueña con redimir, un sueño imposible según Luke.

Como buena entrega de franquicia (retro)actual, Los últimos Jedi entrelaza en sus 152 minuto) diversas tramas paralelas, aprovechadas por Johnson para jugar con nuevos personajes y localizaciones. El piloto Poe Dameron (Oscar Isaac) se enfrenta a la general Leia Organa (Carrie Fisher, con menos momentos estelares de lo deseable, según parece) y la vicealmirante Amilyn Holdo (Laura Dern) por la estrategia a seguir respecto a la flota de la Primera Orden. Finn (John Boyega) se embarca con la rebelde Rose Tico (Kelly Marie Tran) en una misión que les llevará hasta la ciudad-casino Canto Blight, último reducto de glamur en un universo de arena y piedra. Johnson cita a James Bond y Atrapa a un ladrón de Hitchcock como referencias para este novedoso escenario, ¿quizá sede principal de la anunciada nueva trilogía que prepara ahora?

Disney, dueña de Lucasfilm desde el 2012, planea estrenar un título con el logo de Star wars por año mientras la humanidad aguante y se pueda cancelar el apocalipsis. En el 2018 llegará Solo, sobre el joven Han Solo, del impersonal Ron Howard. En el 2019 (finalmente en diciembre y no mayo) podremos ver el Episodio IX, dirigido y coescrito por el gran remixer J. J. Abrams.

Por último, hasta nuevo aviso, faltaría por saber cuándo arranca esa nueva trilogía de Johnson lejos de la genealogía Skywalker. Este universo no se acaba.