Olivier Assayas (París, 1955) empezó su carrera como asistente de producción en películas como El príncipe y el mendigo (1977) -suele explicar que debutó en el cine preparándole el té a Charlton Heston- y Superman (1978). Posteriormente fue crítico cinematográfico de la revista especializada Cahiers du cinéma. Después de eso ha rodado 16 largometrajes.

Su primera esposa fue la actriz Maggie Cheung, que protagonizó para él Irma Vep (1996) y Clean (2004). Actualmente está casado con la actriz y directora Mia Hansen-Love, a la que dirigió en Finales de agosto, principios de septiembre‘ (1998) y Los destinos sentimentales (2000).

A lo largo de tres décadas tras la cámara ha rodado comedias metatextuales sobre la industria del cine (Irma Vep, 1996), reflexiones autobiográficas sobre la pérdida (Las horas del verano, 2008) y sobre el idealismo juvenil (Después de mayo, 2012), delirios neo noir (Demonlover, 2002), crónicas de terrorismo internacional (Carlos, 2010) y, prácticamente, de todo. Y, en todo este tiempo, casi ninguna de sus películas generó tanta división entre la crítica como Personal shopper, intriga de terror atmosférico protagonizada por Kristen Stewart -el francés ya trabajó con ella en Viaje a Sils Maria (2014)-. Historia de una joven encargada de hacer compras para una modelo que abraza lo sobrenatural para lidiar con la muerte de su hermano gemelo, la película fue acogida con ruidosos abucheos en Cannes, festival del que Olivier Assayas en todo caso se fue con el premio ex aequo al mejor director.

-Señor Assayas, ¿cree usted que existe algún empleo más estúpido que el de ‘personal shopper’?

-No sé si es exactamente el empleo más estúpido, aunque lo es mucho. Pero sin duda es el más alienante. Era justo lo que me hacía falta para la película.

-¿En qué sentido?

-Me interesa hablar de un conflicto muy común en nuestra sociedad. Mucha gente pasa los días haciendo trabajos que no ofrecen ninguna satisfacción porque tienen que pagar el alquiler, pero por otro lado aspiran a cosas más elevadas y piensan en abstracciones. Esa dualidad es la base sobre la que construí a Maureen (Kristen Stewart). Es una mujer que perdió a su otra mitad y tiene que reconstruirse, y cuya relación con la industria de la moda la perturba. A través de ella he querido hablar de la tensión entre una sociedad que es cada vez más materialista y ha perdido la fe, por un lado, y la necesidad que todos tenemos de lidiar con sentimientos como el sufrimiento y el dolor, por el otro.

-La película ha sido considerada la primera incursión que usted hace en el cine de terror. ¿Qué le parece esa descripción?

-Cuando pienso en una historia, lo hago como lo haría un pintor: si necesito unas pinceladas de color azul para expresar algo, lo uso. Pero nunca pintaría un cuadro entero en azul. En otras palabras, la película retrata a una mujer que vive sumida en el dolor y debe sobreponerse. Y para mostrar sus emociones de la manera más intensa posible pensé que sería útil utilizar ciertos métodos propios de las películas de terror, que suelen lograr una comunicación física directa con el espectador. Pero no diría que Personal shopper es cine de terror. No lo es más que mis otras películas.

-Pero en sus películas anteriores no aparecían fantasmas...

-Permítame discrepar. De alguna manera, todas mis películas hablan de fantasmas, aunque esta vez decidí ser más explícito y usar efectos visuales. Todos los grandes cineastas de terror, como Carpenter y Cronenberg, están fascinados por el subconsciente. Usan el horror para explorar nuestro modo de proyectar hacia fuera lo que nos sucede internamente. Los fantasmas aparecen en esa delgada línea entre el consciente y el subconsciente: son nuestros demonios, nuestros miedos, nuestras neurosis, nuestras ansiedades. Yo también trato siempre de explorar esa zona, que es algo de lo que el cine ya no habla. Es una lástima.

-¿Cree en la vida tras la muerte?

-Me gustaría, pero no. Pero, por otra parte, sí que creo. Me explico. Tras morir seguimos vivos en nuestras obras y en nuestro legado, y en los recuerdos que nuestros seres queridos mantienen de nosotros. De vez en cuando todos tenemos conversaciones internas con padres, hermanos y amigos que fallecieron. Los llamamos fantasmas, o espíritus, o apariciones. Y siempre han estado junto a nosotros, desde el principio de la humanidad. Y en todo caso creo que el mundo va más allá del ámbito físico. Somos mucho más que aquello de lo que somos conscientes. Y nuestra imaginación, y nuestros sentimientos, constantemente nos dejan claro que nuestra existencia está rodeada de misterio. Y el objetivo del artista es capturar el misterio.

-En el Festival de Cannes, ‘Personal shopper’ fue abucheada por la prensa. ¿Cómo le afectan esas reacciones del público y la crítica?

-Cuando haces una película esperas que guste a todo el mundo. A menos que seas Lars Von Trier, tu intención no es provocar el rechazo del público. Pero yo nunca hago películas para complacer. Cualquier cineasta que quiera ser relevante tiene que ser provocativo... Hoy en día el mundo del cine independiente es muy convencional, y yo intento luchar contra eso. Por otro lado, he estado yendo a Cannes desde que era adolescente, y estoy acostumbrado a sus dinámicas; allí la gente siente las películas de forma intensa y empatiza con ellas, y eso es positivo. Además, cuando haces una película sobre nuestra relación con la muerte sabes que va a poner en cuestión las creencias de mucha gente y los incomodará.

-Quizá la escena de la película que más dividió a la crítica es esa en la que, durante 20 minutos, Kristen Stewart intercambia mensajes de texto. Reconozca que los mensajes de texto no son algo muy cinematográfico.

-Pero son un modo de comunicación que me fascina, y que posee un potencial expresivo que el cine no ha explorado. El texting está lleno de significados, en las palabras y los signos de puntuación y los emojis que con tanto cuidado escogemos pero también en el tiempo que tardamos en responder. Diría que esos mensajes son lo más parecido a la poesía que existe actualmente. Por no hablar de lo hipnóticos y adictivos que resultan.

-Aunque todas sus películas comparten obsesiones similares, son muy diferentes entre sí. ¿Es intencionado?

-Sí, porque en cuanto he hecho una película sobre un tema concreto me niego a repetirme. Me gusta Ken Loach, es un gran cineasta, pero nunca podría rodar el mismo tipo de película una y otra vez, como hace él. Si las películas no me plantean un reto, me aburren. Si empiezo una y siento que sé cómo hacerla, no hay razón para seguir adelante.

-¿Cuál es su relación con el público?

-Nunca dejo de pensar en él. Gran parte del cine dominante desprecia al espectador, considero que el público está compuesto por idiotas pasivos. Yo pienso lo contrario. Los espectadores lidian con los problemas de la sociedad mucho más intensamente que cualquier artista, y para ganarte su respeto necesitas ofrecerles el tuyo. Sin diálogo no hay arte, es por eso que no me gustan las películas de Hollywood porque tratan de mantener al público pasivo.

-¿Sería usted capaz de trabajar en Hollywood?

-Tendría dificultades para adaptarme. El sistema de Hollywood tiene mucho que ver con el control, y no hay nada más aburrido que el control. Hacer cine es algo divertido. Incluso cuando haces una película muy seria o trágica, dirigir es como un juego de niños. Y en Hollywood se empeñan en quitarle toda la diversión. Además, en América los directores son meros empleados de los productores. Y yo no me metí en el cine para ser un empleado.

-¿Para qué se metió en el cine?

-En buena medida para expandir mi percepción del mundo, y todas las películas que he hecho me han ayudado a hacerlo. No hay muchas formas de ganarse la vida que permitan eso. Hacer cine me ha permitido ver a gente que vive en lugares alejados de mi propia experiencia, y entrar en contacto con todos los estratos de la sociedad. Y, al mismo tiempo, gracias a mis películas he visto mis fantasías hechas realidad, justo enfrente mío. El cine permite que personajes y situaciones que existen en la memoria de un escritor cobren vida, y eso lo convierte en algo mágico. Por no hablar del servicio social que cumple.

¿Qué servicio?

-El cine tiene la capacidad para hacer el bien. Es más, tiene la responsabilidad de hacerlo. Por supuesto no hablo de los blockbusters de Hollywood, que solo persiguen el beneficio económico. Las películas deberían hacernos pensar y defender la noción de libertad e independencia respecto al poder. Especialmente en el mundo actual, deberían ser llamamientos a la rebeldía.