La presencia en la competición de Cannes de In the fade, el nuevo trabajo de Fatih Akin, es algo que no se puede explicar. Al menos intentar hacerlo hablando de méritos artísticos no sirve: es una película menos adecuada para estrenarse en un festival que para emitirse por televisión en fin de semana, a la hora de la siesta.

El filme cuenta la historia de Katja (Diane Kruger), que pierde a su marido y a su hijo en un atentado terrorista. La investigación policial determina que los autores de la masacre son una pareja de neonazis, y la evidencia contra ellos es tan contundente que parecen abocados a pudrirse en la cárcel. Sin embargo, el tribunal decreta su puesta en libertad, y entonces Katja decide completar el tatuaje de samurái que tiene en el costado. Es hora de tomarse la justicia por su mano.

Lo que convierte In the fade en material de desecho es sobre todo la tosquedad de sus mecanismos argumentales. Akin impone a su protagonista rasgos completamente ilógicos para hacer avanzar la trama -su consumo de drogas, por ejemplo-, recurre a un esquematismo típicamente caricaturesco para trazar al resto de personajes y desafía toda credibilidad a la hora de imaginar el proceso judicial que ocupa una parte innecesariamente cuantiosa del metraje. Peor aún es el modo en que el director desaprovecha la relevancia de su premisa. Considerando el ascenso de la extrema derecha en toda Europa y la presencia creciente en los noticiarios de la violencia racista, resulta especialmente molesta la frivolidad y la falta de rigor con la que In the fade trata el asunto y su desinterés con vincularlo al mundo real.

SUFRIMIENTO / «Casi me mata». Así de rotunda se mostró la actriz alemana Diane Kruger sobre su papel en la película, un durísimo personaje que le ha permitido hacer la mejor interpretación de su carrera y que, asegura, le ha cambiado la vida. Sin embargo, todo ese sufrimiento que dice que vivió no aporta ni mejora en nada la cinta.

¿Qué pinta, pues, entre las candidatas a la Palma de Oro? No se sabe. Aludir al prestigio de su director tampoco procede: desde que ganó el Oso de Oro de la Berlinale gracias a Contra la pared (2004), la carrera de Akin ha ido de mal a peor. Y que los responsables del certamen no encontraran nada superior es una posibilidad que mejor ni tomarse la molestia de considerar, a pesar de que la mediocridad general acusada por el concurso a dos días del cierre del festival invite a hacerlo.

Tampoco El amante doble, también presentada ayer, ha contribuido a elevar el nivel. Se trata sin duda de una de las obras más bobas del francés François Ozon (y eso que en principio parecía que iba a ser una de las favoritas). La película podría funcionar como parodia del tipo de melodramas psicosexuales que Hollywood empezó a hacer como churros tras el éxito de Instinto básico (1992) de no ser porque, en realidad, solo puntualmente demuestra querer jugar a eso.