En última instancia, un boceto de Rubens es un cuadro de Rubens». Vaya por delante la contundente afirmación de Alejandro Vergara, jefe de conservación de pintura flamenca del Museo del Prado. La frase viene a cuento de la exposición que la pinacoteca madrileña dedica al artista, «uno de los nombres fundamentales de la pintura occidental», centrada en sus bocetos. Piezas que no son menores. No en vano, el maestro barroco «fue el inventor del boceto pintado, una nueva forma de pintura». Una herramienta de trabajo que acabó convirtiendo en un género. No se trata de dibujos sobre papel realizados con lápiz, carboncillo o sanguina, pequeños y sin terminar. Son de óleos sobre tabla o lienzo. A veces de gran tamaño, otras menores. Y en ocasiones abocetados o tan pulidos que parecen la obra final.

Y eso -el soporte y la técnica- es lo que los convierte en verdaderas pinturas. Lo creían y lo creen los expertos, y sobre todo su autor. Para lo primero, basta con observar los marcos que encuadran algunas de estas obras, enormes y caros, como el que luce El carro triunfal de Kallo y saber que cuelgan de las paredes de las mejores pinacotecas del mundo. Para lo segundo, ha quedado constancia tanto del hecho de que Rubens realizó casi 500 (un tercio de su producción), como de que le gustaba conservarlos: el contrato que firmó para decorar la iglesia de los jesuitas de Amberes le daba a elegir entre entregar los bocetos o realizar una obra de más a entregarles los 39 bocetos. De esta serie, los cuadros finales fueron pintados por Van Dyck y otros discípulos de Rubens y quedaron destruidos en un incendio en 1718. Cinco de los 39 bocetos se exponen ahora en el Prado.

LA EXPOSICIÓN / Lo explica Rubens, pintor de bocetos, la exposición, fruto de una investigación del Prado y el Museo Boijmans van Beuningen de Róterdam, inaugurada en Madrid el pasado martes y abierta hasta el 5 de agosto. La gracia de ver la muestra en la capital es que el camino que separa las salas de exposiciones temporales, donde se exhiben los bocetos, y la galería central, en la que lucen algunas de las mejores piezas del pintor, como Las tres gracias y La adoración de los reyes magos, es corto. Así, el atracón de Rubens está garantizado, ya que el Prado es el centro que custodia una mayor colección de obras de este artista que, además de prolífico, fue viajero, embajador, uno de los artistas favoritos de Felipe IV y consejero de Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II y soberana de los Países Bajos.

Lo de inventor del boceto pintado hay que matizarlo. Lo es porque se trata de «un evento histórico, en el sentido de que sucede en un momento y en un lugar determinados» y Rubens es su protagonista, apunta Vergara, que ejerce de comisario de la exposición junto a Friso Lammertse. Pero antes de que el maestro barroco se pusiera a ello, hubo algún precedente de la mano de Polidoro da Caravaggio, Federico Barrocci, Tintoretto y Veronés.

La innovadora aportación de Rubens fue su sistematización: considerar como parte del proceso de una obra el pintar al óleo sobre soportes duraderos: tabla o lienzo. Y eso lo convirtió en el pintor de bocetos más importante de Europa y a su técnica, en un género. «Fue una herramienta nueva que surgió de forma espontánea. Una de las maneras que hay de crear una obra de arte y de relacionarse con clientes y colaboradores», sostiene Vergara. De hecho, algunos de estos bocetos fueron pintados para desarrollar ideas sobre composiciones, otros para enseñárselos a los clientes y los hay que sirvieron de guía para sus colaboradores.

El tamaño, el estilo y el acabado nunca son iguales. Así, las tablas utilizadas para los bocetos de las escenas mitológicas que Felipe IV le encargó para el pabellón de caza la Torre de la Parada tienen como máximo 28 centímetros de alto. Y son bastante abocetados. En algunas, como en Vertumno y Pomona (1636 - 1637), la capa de pintura es tan delgada que Rubens utiliza la imprimación -la preparación que cubre la tabla- para dibujar la vegetación. La imprimación es aún más evidente en Santa Clara de Asís, apenas un apunte que parece un dibujo. ¿Por qué empleó óleo y una tabla para algo tan sencillo? No se sabe, pero quizá tenga que ver con la gran presencia de madera que había en su estudio. Tenía muchos restos que aprovechaba una y otra vez. Ahí están la Caza del león, en el anverso de La boda por poderes de María de Médicis con Enrique IV de Francia, y El prendimiento de Sansón, que esconde debajo un boceto de La adoración de los Magos.

TODO EL PODER DEL UNIVERSO / Mayores y más acabados son los bocetos para los tapices dedicados al triunfo de la Eucaristía, encargados por la infanta Isabel Clara Eugenia para el monasterio de las Descalzas Reales o la serie dedicada a Aquiles. Ambos conjuntos fueron realizados para ser mostrados al cliente y servir luego de guía para los creadores de los tapices.

En total son 73 bocetos que tienen rango de pinturas y que son la esencia del pintor: conservan la sensación de que «en cada curva pintada, Rubens acumula todo el poder del universo», reflexiona Vergara. «Era un trascendentalista, no un realista. No pintaba la realidad visual sino la vida mejorada». Y en ello «ponía toda su alma», apostilla el comisario.

Junto a los 73 bocetos, hay otra veintena de obras entre dibujos, estampas y pinturas del propio Rubens que dan contexto a las obras reunidas en esta muestra, la cual en septiembre llegará al Museo de Róterdam.

Como «epílogo» a la exposición, patrocinada por la Fundación Axa, se puede ver también un pequeño boceto de un retrato de Clara, la hija de Rubens, cuando contaba con cinco o seis años y donde el maestro fallecido en Amberes «va más allá de lo visible y lo que pinta es el amor por su hija», recalcó el comisario de la exposición Alejandro Vergara, informa Efe.